Son muy graves las declaraciones de un senador y excandidato a la Presidencia cuando, en medio de las dificultades que enfrenta el país como consecuencia de la pandemia, declara como ilegítimo el gobierno del presidente Duque, llama a la desobediencia civil, pide no pagar los servicios públicos e invita a desatender las normas que se han dictado para enfrentar la pandemia, todo esto con consignas incendiarias y polarizantes, desconociendo la institucionalidad. La excusa para adoptar tal actitud son las recientes revelaciones de la llamada ñeñepolítica, al igual que lo que se ha conocido sobre los vínculos con el narcotráfico, hace más de dos décadas, de un hermano de la vicepresidenta.
En nuestro Estado de derecho, pese a las imperfecciones que pueda tener, todos los ciudadanos tenemos la obligación de esperar a que sea la justicia quien dirima las posibles infracciones a la ley. Nadie puede autoproclamarse juez y menos adjudicar responsabilidades sin atender a lo establecido por las normas. El asunto es muy grave, porque olvida que la sociedad es un sistema de reglas que, al disciplinar las relaciones entre las personas, hacen posible la cooperación y son la base de la libertad personal. Esas reglas establecen la forma de la interacción, hacen más previsible el futuro y aseguran los compromisos y acuerdos. Y en una sociedad democrática como la nuestra, esas reglas provienen de la comunidad, de una amplia deliberación donde se consideran los intereses de todos, no del sentimiento espontáneo de justicia de un político, de un parlamentario, ni siquiera de un juez; jamás la voluntad de uno. La voluntad de una persona o de un solo partido impera en los gobiernos absolutistas, autocráticos y dictatoriales, como los que existieron en el siglo XIX y durante muchas décadas en el siglo XX en América Latina, como el que ha imperado en Cuba desde hace 60 años y como las dictaduras más recientes de Venezuela y de Nicaragua.
Esta actitud de desconocer las instituciones e invitar a la desobediencia civil está siendo impulsada en varias partes del mundo por una ola populista de todos los signos políticos, aun antes del advenimiento de la pandemia, un populismo que originalmente fue inspirado por el jurista nazi Carl Schmitt. Entendiendo que en los seres humanos existen ciertos impulsos irracionales de entender el mundo en pares dicotómicos, particularmente en épocas de crisis, Schmitt elaboró una gran teoría política basada en la categoría de nosotros y ellos, puros e impuros, que resumió en la fórmula amigo-enemigo, pueblo-élites. Muy pronto, el marxismo latinoamericano, dirigido por Ernesto Laclau, se inspiró en este nazi para elaborar toda una teoría del populismo, que ha guiado a generaciones de enemigos de la sociedad abierta, incluyendo a Norberto Ceresole, asesor de Hugo Chávez.
En medio de las dificultades que enfrentamos, A la luz de esas concepciones, la dictadura chavista hace lo imposible por desestabilizarnos y protege a las disidencias de las Farc y al Eln, que conjuntamente ya tienen más de 6.000 personas en armas, en gran medida financiados por el narcotráfico, que se volvió a expandir a ritmos acelerados a partir del 2015. Por supuesto que en Colombia tenemos aún muchos problemas por resolver, pero quienes creemos y defendemos la sociedad abierta debemos estar muy atentos y cerrar filas contra estos intentos externos e internos de debilitar o eliminar la democracia liberal y nuestras instituciones republicanas.