Sin Claudia, con Claudia, sin Petro, o con Petro

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En el corazón de muchos colombianos hay una frustración muy generalizada con casi todo.

Desde luego, Claudia López no es la culpable del vandalismo en el que terminó convertida la protesta social de esta semana en Bogotá.

Pero con las virtudes de Claudia confluyen defectos como la incoherencia y la inconsistencia. Pasado el homicidio del abogado Ordóñez, lo que seguía era sancionar los hechos con todo el peso de la ley, pero evitar que entre la población se desbocara un ánimo pro-linchamiento de la policía que confundiera en las mismas calles a los indignados con los vándalos, muchos con la teoría de que protesta sin vandalismo es un desperdicio porque si no se ve, a nadie le duele.

Las palabras de la alcaldesa acusando a la policía de disparar indiscriminadamente contra la población, a juzgar, según ella, por el alto número de muertos del jueves (un método probatorio para una acusación como esa poco científico), fueron tan graves como desconcertantes. En la calle había vándalos armados y, claro, policía armada. La Constitución contempla el uso legítimo de la fuerza, que debe ser excepcional, y en su excepcionalidad, cumplir con estrictos protocolos para hacer el menor daño a la ciudadanía. Los pronunciamientos iniciales de la alcaldesa deslegitimaron la autoridad de la Policía y ensoberbecieron aún más a los violentos. No vimos por ningún lado a esa alcaldesa que en sus primeros días aseguró que “la jefatura de policía no se puede delegar”. Para pasar después del vandalismo callejero a decir: “Señor Presidente, usted es el comandante en jefe de la Policía. Ordene”. Es que la alcaldesa ha jugado a eso todo el tiempo: si las cosas salen bien, es gracias a ella. Si salen mal, es culpa de otro.

A esto se suma el inefable Petro, siempre recogiendo regalías políticas de los desórdenes. El día de los hechos pude contabilizarle cerca de 10 trinos que podrían interpretarse como apologéticos, de este estilo: “Se pensó que la pandemia dormiría al pueblo, hoy se ha iniciado el movimiento popular”. “Lo que hay hoy en Bogotá es un paro cívico. Una desobediencia civil contra la brutalidad policial y la actitud displicente del Gobierno, al que no le importa la muerte de los ciudadanos”. O este, muy grave: “ ‘Plomo es lo que hay’, decían los uribistas. Civiles, o policías de civil, armados dispuestos a matar. Este es el régimen del paramilitarismo”. O Este: “Duque con las manos manchadas de sangre de la juventud bogotana”. También retuiteó indignantes trinos, como uno en el que aparecen seis policías huyendo de un grupo de jóvenes que los atacan a piedra, y el video circula con este texto: “Les traigo poesía”. Retuiteó invitaciones a ir al CAI más cercano, donde, en varias localidades, los jóvenes se reunieron para incendiarlos. Y retuiteó por lo menos siete imágenes de las estaciones destruidas, sin hacer un solo llamado a la sensatez, y más bien como si estuviera celebrando. ¿Qué inspiración puede entender que está recibiendo un joven de 17, 18, 19 años, emberracado, hormonado, desescolarizado, desocupado, de parte del líder político Gustavo Petro, a través de esos mensajes por Twitter? Que lo responda el lector. En su último trino del viernes, ya decía Petro: “Es hora de resistir, pacífica, alegremente, pero masivamente en las calles”.

Sin embargo, yo ni siquiera culpo de los excesos callejeros a Petro, aunque su meta sea poner a la gente en una situación insurreccional, rumbo hacia un paro nacional, basado en la desobediencia civil.

El problema es más de fondo. Mucho más. Sabíamos que las protestas venían represadas desde el año pasado por el coronavirus. Sus razones ahora están además agravadas por la pandemia, con las consecuencias del desempleo, hambre, desolación, aislamiento. Pero en el corazón de muchos colombianos, incluso antes de la pandemia, hay es una frustración muy generalizada con casi todo, que el Gobierno, que en esta crisis ha parecido débil, como desconcertado, solitario, como sin ministros, parecería no haber entendido. Con Petro o sin Petro, con Claudia o sin Claudia, aquí está pasando algo grave. De fondo. Peligroso. Que tiene a la gente como fosforito. Lo del señor Ordóñez, que no ha podido ser peor y más cruel, encendió esta primera chispa. Pero chispa puede ser cualquier cosa, y es mucho lo que se puede incendiar en el país. En resumen, el de los colombianos es un estado del alma (quizás ni siquiera único de Colombia) que en la izquierda lo han captado a la perfección para explotarlo. Pero en la derecha parecería como si creyeran que es posible salir del problema, simplemente prohibiéndolo.

Entre tanto… Pensé que salir de la pandemia era ese acuerdo sobre lo fundamental que iba a poner a todos los colombianos a reconstruir el país. Resultó que varios de ellos salieron a acabar de destruirlo.

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