La destrucción de un mito

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No sabemos a estas alturas qué clase de presidencia será la de Gustavo Petro. Puede ser una repetición de la catástrofe chavista o una dictadura como la de Ortega en Nicaragua. Pero igualmente puede ser un gobierno populista de libro de texto, como la Argentina de los Kirchner. O puede ser un contubernio entre la izquierda y el gran capital, como los gobiernos de PT brasilero, o puede ser una reedición del izquierdismo setentero de Amlo. Inclusive, hasta podría llegar a ser un Pepe Mujica o un inane Boric. O una mezcla de todo lo anterior o, quién sabe, de pronto es un Felipe González y no nos hemos dado cuenta.

Lo que sí sabemos es que la elección de Petro como presidente, por sí sola, ha traído un inmenso beneficio para el país.

Durante los últimos 60 años se vendió la idea de que en Colombia imperaba un sistema político oligárquico que impedía que fuerzas de izquierda tuvieran la posibilidad de acceder al poder por la vía democrática. Por lo tanto, no quedaba una alternativa diferente que empuñar un fusil y lanzarse a la revolución. Solo de esta manera, con las armas en la mano, sería posible lograr las reivindicaciones sociales, culturales y económicas que el país estaba reclamando.

Esto nunca fue así. La narrativa que sirvió para justificar el baño de sangre que guerrillas de todos los pelambres desataron sobre el país siempre fue un gran invento.

No es cierto que en 200 años “no se hayan tenido gobiernos del pueblo”, como afirma la hoy versión oficial de la historia. Gobiernos progresistas hemos tenido…y varios. Empezando por Santander, que impulsó la educación secular en contra de la rigidez religiosa. Seguido por José Hilario López, que liberó a los esclavos en contra de los terratenientes caucanos. Después vino la constitución de Rionegro, impulsada por los radicales, que era tan de avanzada que decían que era para ángeles. En 1910 el canapé republicano moderó los aspectos más estridentes de la carta de 1886 (que a su vez era una reacción en contra de los excesos libertarios) y en 1934 se inició la “revolución en marcha” de López Pumarejo. Pero allí no paró la cosa, como lo quieren hacer creer. El Frente Nacional fue una época de reformismo. Se creó toda una institucionalidad social (el ISS, el Icbf, las cajas de compensación, la legislación laboral, el Incora, el Idema, etc.) y en 1991 se cambió la constitución por una atiborrada de derechos de toda clase.

Pero, además, por lo menos desde 1974, el sistema político se abrió formalmente y desde 1986, con el esquema gobierno-oposición de Barco, lo hizo en la práctica.

Lo beneficioso de la elección de Petro es que, por fin, el mito que justificaba el uso de la violencia para llegar al poder ha quedado completamente destrozado. Siempre fue una excusa útil para delinquir o para jugar a ser el Che Guevara. Ahora, con uno de sus antiguos corifeos elegido democráticamente para ocupar la Casa de Nariño -así fuera por una ajustada mayoría de los ciudadanos- cualquiera que invoque este mito caduco no dejará de ser un simple criminal.

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