El príncipe, de Nicolás Maquiavelo, advierte de la inutilidad y peligro que representan los ejércitos mercenarios: «Los capitanes de los mercenarios pueden ser hombres excelentes en el manejo de las armas, o no serlo. Si lo son, no te puedes fiar de ellos porque siempre aspirarán a su propia grandeza (…)», se lee en el capítulo XII.
Los mercenarios a los que se refería Maquiavelo hoy se les denomina clientelistas (aunque algunos prefieren llamarles lagartos). Interpolando a El príncipe, los capitanes de los clientelistas pueden ser excelentes en el manejo de la desinformación, pero no te puedes fiar de ellos: tienen cuotas en todos los gobiernos. Si ganan con cara, también lo hacen con sello.
Los extraordinarios eventos políticos de esta semana dejaron claro que nuestro omnisciente jefe de Estado no ha aprendido esta lección. Solo los fanáticos creadores de contenido de las bodegas de Twitter pueden creer que ganaron las elecciones por las protestas de 2021 (y los daños que produjo en la economía). Realmente, entre los principales antecedentes que explican el triunfo de Gustavo Petro se encuentra su alianza con las poderosas, traicioneras y corruptas oligarquías colombianas.
La característica común de sus integrantes es la adicción por el poder en sí mismo, por la dopamina que se produce en sus inteligentes cerebros cuando tienen la facultad de dar órdenes e influir en la realidad nacional desde la comodidad de los Cerros Orientales de Bogotá. Parece apenas normal que el móvil de un político sea el poder. Sin embargo, existe una gran diferencia entre perseguirlo por el placer de ejercerlo y conseguirlo como un instrumento para mejorar la vida de la ciudadanía. Cuando se invierte la relación entre fines y medios, se actúa por conveniencia y no por convicción.
En el estado actual de la política colombiana, quienes nos consideramos de centro debemos luchar en contra de la polarización. Los mercenarios utilizan el caos en favor de los extremistas que vienen ganando elecciones desde el triste episodio de la paz en 2016. La estrategia consiste en poner en jaque a la democracia atacando su fundamento: la opinión informada de la ciudadanía. La defensa de la república consiste en eliminar la dopamina de las estratagemas denunciando los oscuros móviles que esconden.