En el gobierno se gana mucho dinero (en Colombia todo vale y todo cuesta) y en la oposición se gana mucha experiencia. Los políticos ganan más fama y más prestigio en la oposición. La oposición ayuda a crecer, el gobierno desgasta y acaba con el buen nombre de quien se atraviese.
Eso lo debía saber Petro, que fue alcalde de Bogotá. Aunque parece que esos años de aprendizaje se perdieron. Ahora, ya presidente, Petro está otra vez en el kínder de gobierno y no ha ganado el año: las altas expectativas se trastocan en frustración, las esperanzas se esfuman y los amigos y aliados de buena voluntad son descabezados o se escurren antes de que la guillotina dé buena cuenta de sus cabezas y de sus aspiraciones.
Sin coalición, sin reformas, sin viabilidad para sus proyectos y con un gabinete totalmente distinto al que empezó a recorrer el camino del “primer gobierno de izquierdas de la democracia”, la experiencia empieza a demostrar que la realidad es implacable y que la ingobernabilidad de este país es endémica. Una cosa es criticar, otra soñar y otra ejecutar. A la hora de la verdad, en Colombia todo se queda en promesas.
Con tanto cambio en el gabinete y en los altos mandos del ejecutivo se ha demostrado que Petro se quedó sin banca. Cada cambio de gabinete trae un bajón en la calidad de las hojas de vida de los ministros. Lo demuestra, también, el hecho de tener que acudir a Roy Barreras para todo y a repatriar diplomáticos para asignarles cargos en el gobierno, poniendo en evidencia la improvisación en asuntos gubernamentales y diplomáticos. A Petro se le acabó el granero. La cantera se agotó muy pronto. A su lado hay muchos activistas y pocos ejecutores. Con los líos judiciales, muy pocos académicos se atreverán a prestar su nombre para ingresar al Ejecutivo.
La fatalidad le reservó lo peor del cuento para los días previos al primer aniversario. Los escándalos de su hijo, los enfrentamientos familiares y las denuncias por financiación ilegal de la campaña electoral son una piedra en el zapato que le mortificará durante los años siguientes hasta el fin de su mandato y más allá.
Petro es un presidente solitario, preso de sus ideas de cambio e incapaz de convertir esos sueños en realidad. Una tragedia griega en toda regla que lleva por título: “El presidente que no tuvo luna de miel”.
El fracaso del gobierno de Petro dejará a la izquierda sin argumentos y sin oportunidades durante muchos años. Y ese vacío lo llenará la derecha con más capitalismo salvaje, más represión y más desigualdad.
Triste destino el de esta nación ingobernable.