ATRAPAR Y SOLTAR

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 Para el ciudadano común y corriente eso resulta incomprensible, verdaderamente terrorífico, porque así se comprueba que estamos compartiendo la cotidianidad con personas que en cualquier momento nos van a agredir violentamente. Para el agresor eso supondrá una anotación más, para la víctima, quizá el fin de su vida. Cuesta mucho comprender la lógica de ese sistema.

Durante los últimos días se han multiplicado las noticias que dan cuenta de un aumento en el número y la frecuencia de los atracos en nuestra ciudad. El asunto es desde luego alarmante pero no necesariamente nuevo; desde que tengo memoria los crímenes en Barranquilla van creciendo, o al menos esa es la percepción general de las personas y un tema que acapara varias de las conversaciones. Nunca he escuchado a alguien decir «qué segura está la ciudad últimamente» ni nada por el estilo, los comentarios suelen ser contrarios y aterradores y cada quien parece tener una historia que ratifica el empeoramiento permanente.

Las causas que han propiciado este nuevo momento de zozobra, que no es el primero ni será el último, no pueden sorprender a nadie. Es más de lo mismo: falta de oportunidades para los jóvenes, fortalecimiento de las organizaciones criminales, descomposición social, desempleo, pérdida de valores morales, incapacidad estatal, permisividad, impunidad, y cualquier otro que el lector pueda imaginar.

Aunque no hay fórmulas establecidas para lograr mejorar este tipo de situaciones, puesto que cada sociedad tiene que arreglárselas con lo que tiene y hacer lo que pueda, se intuyen algunas acciones generales que suelen servir. Siempre se habla de soluciones de corto y largo plazo, superficiales o de fondo, y normalmente se adoptan las medidas más fáciles, las que tienen la posibilidad de entregar algún resultado que el gobernante de turno pueda mostrar como suyo. Normal, así funciona el mundo.

La más fácil de todas es aumentar el número de policías. Esto tiene todo el sentido, suponiendo que la presencia de la fuerza pública es un disuasor para los delincuentes, o al menos un fastidio más con el que tendrán que lidiar. Es de aplicación casi inmediata y suele funcionar por un breve periodo de tiempo, hasta que salen de circulación los policías que han reforzado la vigilancia, o los bandidos se adaptan e innovan en sus métodos. Como primer paso está bien, es una reacción necesaria que puede ahorrarnos malos momentos y salvar varias vidas, eso ya es una ganancia importante.

Lo malo es que, según parece, luego del esfuerzo y el riesgo, terminamos dejando libre al ladrón, incluso al asesino. Se ha vuelto costumbre leer que tal o cual personaje, acabando de cometer un delito, tenía igual varias anotaciones en su historial. Homicidio, porte ilegal de armas, hurto, lesiones mil cosas. Para el ciudadano común y corriente eso resulta incomprensible, verdaderamente terrorífico, porque así se comprueba que estamos compartiendo la cotidianidad con personas que en cualquier momento nos van a agredir violentamente. Para el agresor eso supondrá una anotación más, para la víctima, quizá el fin de su vida. Cuesta mucho comprender la lógica de ese sistema.

Quizá sea necesario que de eso se hable más. No puede ser que sigamos extendiendo el juego eterno de atrapar y soltar, cuando el bienestar de todos los ciudadanos está en juego. Conozco casos de ladrones que salen libres apenas unas horas después de ser atrapados, muertos de la risa. Mientras tanto, en una reacción casi simétrica, los demás quedamos muertos de miedo.

Por Manuel Moreno Slagter – El Heraldo

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