Fue observado directamente por primera vez gracias a las ondas gravitacionales, anunciaron este miércoles dos estudios, uno estadounidense y otro europeo
Demoró 7.000 millones de años luz en revelarse a la ciencia, y se trata de un agujero negro masivo de un nuevo tipo, fruto de la fusión de dos agujeros negros.
Este hallazgo constituye la primera prueba directa de la existencia de agujeros negros de masa intermedia (entre 100 y 100.000 veces más masivos que el Sol) y podría explicar uno de los enigmas de la cosmología, esto es, la formación de estos objetos supermasivos presentes en varias galaxias, incluida la Vía Láctea.
“¡Es una puerta que se abre sobre un nuevo paisaje cósmico!”, se felicitó en rueda de prensa Stavros Katsanevas, director de Virgo, uno de los dos detectores de ondas gravitacionales que captó las señales de este nuevo agujero negro.
Predecidas por Albert Einstein en 1915 en su teoría de la relatividad general y observadas directamente un siglo más tarde, las ondas gravitacionales son deformaciones ínfimas del espacio-tiempo, parecidas a las ondulaciones del agua en la superficie de un estanque. Nacen bajo el efecto de fenómenos cósmicos violentos, como la fusión de dos agujeros negros que emite una cantidad de energía fenomenal.
El avance más reciente en materia de agujeros negros se produjo el año pasado cuando se reveló la primera imagen de uno de ellos, obtenida desde 8 observatorios situados en distintos puntos del mundo, que descubrieron que ese fenómeno tiene un anillo con una mitad más luminosa que la otra.
La onda gravitacional de GW190521 tardó 7.000 millones de años en ser observable desde la Tierra y es el agujero negro más distante y por tanto más antiguo jamás descubierto.
La señal fue registrada en mayo de 2019 por los instrumentos estadounidense Ligo y europeo Virgo, que atraparon así “su mayor presa” de sus recientes “cacerías”. Por: Pulso