Certidumbres e inquietudes
Se han cumplido diez años desde la elección e iniciación del pontificado del Santo Padre Francisco, tras la renuncia de Benedicto XVI.
Han sido muchos los logros alcanzados y muchos los cambios introducidos por el Papa Bergoglio durante esta década. No ha sido un pontífice cualquiera, sino un verdadero apóstol de paz y reconciliación, a la vez que un líder de la Iglesia, que necesita renovarse y abrirse a los nuevos tiempos.
Entre los pasos de enorme trascendencia y gran valor dados por Francisco, debemos destacar el relacionado con la pederastia, que tanto daño ha causado por años en el seno del catolicismo. Se cuentan por miles las víctimas, prácticamente en todos los países en que actúa la Iglesia a la cual pertenecemos la mayoría de los colombianos. La seguimos respetando y profesando quienes fuimos educados y respetados por verdaderos sacerdotes y maestros no pederastas, pero… ¿qué dirán los muchos niños y jóvenes -hoy adultos- que sí fueron afectados por curas pervertidos, y que no han recibido ni justicia, ni reparación?
La pederastia -que, además de ser un crimen, es una traición a las enseñanzas de Jesucristo- no puede seguir carcomiendo y socavando, desde su interior, la formidable estructura de la confesión religiosa de nuestros ancestros, construida a lo largo de veinte siglos de sacrificio y apostolado.
Son varias las intervenciones públicas de Francisco en que ha manifestado sentir vergüenza y ha pedido perdón ante las denuncias. Ha llegado, inclusive, a declarar que la tolerancia de los prelados al respecto debe desaparecer por completo, y que -como ha debido ocurrir siempre- los pederastas han de ser excluidos de la Iglesia y denunciados ante la jurisdicción penal de los Estados, para su condigna sanción.
Ha anunciado que “la Iglesia no se cansará de hacer todo lo necesario para llevar ante la justicia a cualquiera que haya cometido uno de tales crímenes”. En diciembre de 2018 señaló: “Son muchos los casos en que hombres consagrados, que abusan de los débiles (…) cometen estas “abominaciones” y “siguen ejerciendo su ministerio como si nada hubiera sucedido”. Agregó: “Incluso si se tratase solo de un caso de abuso -que ya es una monstruosidad-, el mayor escándalo en esta materia es encubrir la verdad”.
Ciertamente, el Papa ha avanzado en esta materia. Ha ido mucho más allá de sus antecesores, pero es una tarea difícil y compleja, como él mismo lo ha expresado. Hablando con apoderados de víctimas, tanto colombianas como extranjeras -en desarrollo de gestión profesional- hemos podido corroborar que, pese a la buena voluntad del Santo Padre, todavía falta mucho por hacer. Y hay que hacerlo, expulsando y denunciando a los abusadores, en bien de la propia Iglesia y de sus creyentes.
Es necesario reconocer la franqueza y el valor del actual pontífice, que ha sido coherente y claro al expresar que, desde su perspectiva, esta clase de abusos no es otra cosa que “una monstruosidad”, añadiendo que “en la justificada rabia de la gente, ve el reflejo de la ira de Dios”. De acuerdo. Ojalá sus subalternos y quienes lo sucedan en el pontificado sigan esa misma línea.