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¿Dónde está la bola, dónde está la bolita?

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El pico de coyuntura trae consigo un costo político y social del que huye la clase dirigente. La responsabilidad se traslada del gobierno nacional al local. 

El colectivo social colombiano llegó a una etapa de cansancio, estado emocional en el que se confrontan la fatiga, que trae consigo un aislamiento prolongado, y la necesidad de incrementar medidas de atención y prevención, que amengüen las cifras del momento. Época de crisis que requiere sacar a flote soluciones reales y efectivas que atiendan las penurias de la clase media y baja del país; el hambre, el desempleo, las múltiples cuentas pendientes exaltan los ánimos y sacan a la calle a ciudadanos que, al no recibir ayudas, por parte de las autoridades gubernamentales, hacen presencia en espacios públicos denotando falta de autocuidado e inteligencia social en medio de la cotidianidad.

Exceso de egos y vanidades políticas han minado la toma de determinaciones oportunas y armónicas entre el presidente Iván Duque Márquez y los mandatarios locales, foco de discrepancia que tiene su mayor eje de resonancia en Bogotá con la alcaldesa Claudia López. Divergencias, ideológicas y conceptuales, que tiran al traste el efecto de la cuarentena y las medidas que ahora deben ser encadenadas para reactivar la economía y tratar de retomar el habitual diario vivir que le permitirá a Colombia resurgir del caos que deja el COVID–19.

Complejo escenario que señala las ansias de mando y autoridad que afloraban en la situación controlada y ahora, con miles de contagiados camino al pico de la pandemia, traslada las responsabilidades y decisiones claves a alcaldes y gobernadores. Ojo del huracán que, en medio del afán de protagonismo, acorrala al Presidente y los funcionarios de la Casa de Nariño que hacen lo posible por evadir la responsabilidad que, en este momento, les asiste en el incremento de contagiados.

Levantamiento gradual del confinamiento, 43 excepciones del Decreto 749 del 28 de mayo de 2020, y apuesta por una flexibilización inteligente son acciones que responden perfectamente a la desesperada obligación de reactivar la economía, pero a su vez conducen, de manera acelerada, a Colombia al mayor nivel de contagio. Es claro que, a más ciudadanos en la calle, el transporte público y los escenarios sociales, el riesgo de contagio sube; 80% de la población que sale y 20% que se mantiene en casa enciende las alarmas del sistema de salud, el Comité Asesor Epidemiológico y las autoridades que saben lo que ya pasó en Italia, España, Brasil y otros países que no apostaron por la seriedad del coronavirus.

El encierro prolongado ha sido útil, pero muy costoso para la economía colombiana. Haber iniciado un recogimiento estricto en el país desde el 24 de marzo, 20 del mismo mes en Bogotá, permite exhibir grandes cifras frente a otras naciones de América Latina; sin embargo, no encuentra, al interior de la sociedad, un adecuado discurso que ayude a asimilar que la indisciplina, y el encontrar el esguince a la norma, lleva a la población rumbo a lo inevitable. La naturalización del fenómeno hizo que perdiera efecto lo visto en el pico de otros países, cifras que se asumieron como propias y en este instante, que están a la vuelta de la esquina, se miran con desdén y como un mal que toca al vecino, pero no llegará al hogar propio.

La indisciplina social aclama gestas inmediatas del gobierno; la consciencia y cultura ciudadana deben primar y obligar a pensar, asimilar e interiorizar la responsabilidad que le asiste a cada uno con las normas de bioseguridad, el cuidado propio y el de los demás. Conservar la distancia, hacer uso de mecanismos de protección, no son un capricho, el acatar los protocolos evitará que se vuelva a un confinamiento extremo y se tengan que tomar medidas más drásticas. La curva de contagios no se aplana y las Unidades de Cuidados Intensivos (UCI) se aproximan a su tope máximo de capacidad, el recuperar la vida productiva debe estar acompañado de planes que al tiempo que cuidan la economía protegen la salud del ciudadano y su familia.

Es difícil tener contento a cada uno de los 50.6 millones de colombianos, suplir el ahogo de unos, inevitablemente, impacta o afecta las exigencias de otros, cada decisión tiene su momento. Restringir la libertad de locomoción parece ser traumático para muchos, “realidad aburrida”, pero efectiva que ataja las incoherencias del poder; del encierro se pasa al instante del autocuidado y la protección de los demás. Los 75 días que han pasado en medio de este fenómeno dejan percibir que el miedo, el pánico, el populismo y la presión, de sectores políticos y económicos, no pueden ser el eje de la preparación que debe tener el país para atender las alternativas que plantea una nueva sociedad y su relación con el entorno.

Claudia López, Jorge Iván Ospina, Jaime Pumarejo, William Dau, desde las alcaldías de Bogotá, Cali, Barranquilla, Cartagena, respectivamente, hacen frente a las particularidades epidemiológicas del virus en sus territorios, atizado panorama en el que convergen laxitudes del gobierno nacional y personas a las que no les ha dejado lecciones el aislamiento. Disciplina y cultura ciudadana son el camino a la victoria, es evidente que la búsqueda del sustento diario es más fuerte que el temor a la enfermedad, pero se requiere de mano firme que, más allá de las multas y sanciones, imponga el orden y haga primar el bien común sobre el particular.

La intransigencia de la fuerza pública, la lenta gestión gubernamental, la miopía política, el elitismo social y la falta de empatía con el otro acrecientan la polarización y el descontento ciudadano que por momentos carece de una pildorita para la memoria. Las apariencias sociales–demócratas de caudillos– antes que aglutinar el sentir popular, encumbran la protesta ciudadana y el vandalismo sin sentido de colectivos extremistas. Extrapolación del descontento norteamericano, chileno, italiano y francés que se adecúa al contexto colombiano, plantones que se constituyen y envalentonan tras la capucha y la cacerola comandada por la presencia de venezolanos, destrucción del bien público en el que pareciera que el fin justifica los medios.

El instinto de supervivencia llama a establecer un denominador común, la reconstrucción requiere de todos; el país se encuentra en un punto de no retorno en el que, al tiempo que se combate el virus, delinea estrategias para enfrentar la pobreza y falta de alimento en los hogares. Ya habrá otro momento de renegar y confrontar al otro, la solidaridad llama hoy a la construcción de país desde un plan de trabajo que aúne los esfuerzos de diferentes sectores; convivir con el virus no es una opción, es una realidad inevitable hasta que no se tenga una vacuna, por ello solo resta asumir el hecho y mitigar los efectos que trajo consigo el COVID–19.

El cerco que ahora se teje sobre los casos positivos y el monitoreo permanente que hacen, Alcaldes y Gobernadores, sobre el foco epidemiológico deben estar acompañados de ejercicios preventivos por parte de los ciudadanos. El procesamiento de pruebas, los altos contagios y la capacidad hospitalaria instalada indican que el ¿dónde está la bola, dónde está la bolita? tiene una respuesta concreta, está en las manos de cada uno para mitigar y controlar el coronavirus. La cruda realidad no admite descuidos, la precaución empieza por cada uno y su entorno, con sacrificio y rigor se superará esta prueba que ahora impone el destino y demuestra que el mundo no estaba preparado para este hecho anómalo.

Por: Andrés Barrios Rubio – Pulso

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