“El precio de la verdad”, en un país inundado por el odio y las falsas noticias., en un país inundado por el odio y las falsas noticias.

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“Esas verdades son indispensables para una auténtica e integral reparación moral de la nación y, por supuesto, de todas las víctimas; para la recuperación de la confianza ciudadana y la legitimidad de las instituciones del Estado Social y democrático de Derechos”.

Por. Héctor Jaime Guerra León*

El precio de la Verdad es una película dirigida por Todd Haynes, con Mark Ruffalo y otros destacados protagonistas, que nos revela las dramáticas situaciones de seguridad, desprotección, salubridad y pobreza, entre otras calamidades a que se han visto avocadas –muy similares a lo que hemos visto históricamente en nuestro país- muchas personas, comunidades y territorios en EE.UU, cuando hay ambiciones de las élites políticas y económicas que chocan con los intereses generales de la nación, de algunos territorios o de sectores comunitarios (casi siempre de extracción socioeconómica humilde) “Cuando una película abre reflexiones sobre la existencia humana y las complejas situaciones que pueden rodearla, significa que es una historia que vale la pena ser contada. Quizás, la valoración de si es buena, mala o regular sea irrelevante y subjetiva ante la posibilidad de pensar en hechos que nos interpelan. Este es el caso de El precio de la verdad (Dark Waters, su título original), un filme que fue estrenado en 2019 y que está disponible en Netflix, y que rápidamente se ubicó entre las más vistas de la plataforma. Producida y protagonizada por Mark Ruffalo, tiene la potencia de ser un drama basado en hechos reales: es la pelea legal de más de veinte años de un tenaz abogado, Rob Billot, contra una gran corporación, que con su poder de lobby intenta negar su responsabilidad en un número creciente de muertes y enfermedades en una ciudad pequeña de los Estados Unidos” (columna de Peralta, Nicolás. El precio de la verdad… El Tiempo Argentina. Martes 1 de octubre 2024).

Este filme nos recuerda a todos los colombianos que las cosas que nos han acontecido no son asuntos propios de nuestra cultura de “patria boba” (tenaz y cruel enfrentamiento entre federalistas y centralistas que ocasionaron muerte, anarquía y descomposición social y política entre nosotros mismos) que políticamente nos legaran nuestros antepasados o del País de la Belleza, como acertadamente ya nos identifican hoy en muchas partes del mundo, gracias a los grandes esfuerzos y valiosas luchas que desde algunas trincheras ideológicas, académicas y políticas, especialmente en el actual gobierno, se han dado por cambiar la cara y nuestra imagen ante el mundo. Esto de la corrupción y de las grandes amenazas contra la sociedad, la institucionalidad y la naturaleza humana (porque son asuntos que llegan hasta el extremo de poner en entre dicho la condición que tenemos de seres humanos), han sido cuestiones que pareciera que están en la génesis misma de la humanidad y de lo cual hay que seguir cuidándonos como raza y civilización, como nación, de fenómenos que suelen surgir entre nosotros los humanos y que parecieran querer exterminar, como en efecto se ha tratado, importantísimos principios, valores y costumbres e, inclusive queriendo dar al traste con significativos sectores poblacionales, étnicos o raciales y solo por hecho de ser diferentes o estar en el camino que impide –como enseña la aludida película- la realización de oscuros “emprendimientos” de particulares, ajenos y distantes a la comprensión y alcances de quienes padecen estas terribles experiencias.

Así las cosas, estos “emprendedores”, al estilo colombiano y con la eficaz ayuda de importantes medios de comunicación, los cuales han adquirido para la facilitación de estos propósitos, porque todo ello es fríamente calculado, se vuelven expertos en crear falsas inseguridades, anormalidades que luego fingen corregir –con acciones poco ortodoxas, pero aparentemente beneficiosas, para poderse lucrar de la falsa o infundada opinión que se construye con esas malentendidas y orquestadas acciones, como cuando hicieron creer que estaban acabando con la guerrilla o que por lo menos ya la tenían arrinconada, cuando lo que estaban haciendo, para generar ese tipo de creencias, con este horrendo plan, en la ciudadanía desprevenida, era buscar a humildes hombres y mujeres de la patria, generalmente de sectores populares necesitados y desempleados, para montarlos en el cuento de que había llegado el momento de sus vidas, la redención de sus angustias y penurias, cuando en realidad lo que se había dispuesto para Ellos era hacerlos pasar por insurgentes (facinerosos) muertos en combate, para lo cual se utilizaron las más crueles e inhumanas estratagemas y para lo cual se contó, por lo menos, con un gran silencio en importantes sectores sociales, de la prensa y el periodismo tradicional.

Todo ello contó al menos con el mórbido respaldo y/o con el cómplice silencio de una prensa que –en lo concreto- nunca dijo nada relevante al respecto y de significativos sectores de opinión que no sintieron ningún sonrojo ante este tipo de inusuales acciones e incluso en muchas regiones del país –destacadas personalidades e, incluso, autoridades, se confabularon con este tipo de actos criminales, ante la mirada inerme y horrorizada de las víctimas y de unos pocos dirigentes y ciudadanos que –frente a tan crueles actos- muy poco o nada era lo que podían hacer para evitarlo y muchos de los cuales, ante su gran valor ético y civil, fueron perseguidos, acribillados o simplemente desaparecidos por tratar de protegerse o denunciar.

Ahora, lo incomprensible de todo esto es que esos mismos sectores –personas y/o medios- que creyeron e hicieron creer que “era de cierta manera bueno” ese inmenso fenómeno de delincuencia, corrupción y criminalidad –gubernamental y social- que por aquellas nefastas calendas invadió al país hasta los tuétanos; esos mismos que permitieron que nuestra instituciones fueran permeadas hasta insospechados e increíbles niveles de este tipo de fenómenos, sean los mismos que se opongan hoy a que los protagonistas de dichos delitos quieran –como en efecto han venido haciendo Mancuso y otros actores de dicho conflicto, entre los cuales están algunos miembros de la fuerza pública- reconocer el invaluable e inmenso daño material y moral que le han hecho a las víctimas, a las instituciones democráticas de la patria y, desde luego, a toda la sociedad colombina.

No es entendible esa penosa doble moral que ahora se esgrime, por quienes aplaudieron y vieron pertinente –política, ética y moralmente- la intromisión de Mancuso –llámese paramilitarismo– en los asuntos propios de la democracia y de la institucionalidad social colombianas, llevando al congreso –como está demostrado- a más del 30% de sus miembros, para saquear el erario y permear la moral pública de la forma como realmente han hecho, ahora sean los que se opongan, también a que sean estos mismos “señores” los que –por lo menos- quieren empezar a enmendar sus errores, corregir sus tenebrosos rumbos, contando la verdad sobre lo realmente ocurrido en el país, indemnicen a las víctimas, y de alguna manera ayuden a redimir a la nación de la terrible ola de descomposición, miseria humana y anarquía social y política a la que la han sometido. Es insólito que a los delincuentes se les quiera ahora –por mantener ocultas no sé qué cosas o identidades- impedir que se confiesen con el país, con los jueces y la sociedad toda, contando todas su fechorías y en que consistieron exactamente sus actos y entramados criminales. Esas verdades son indispensables para una auténtica e integral reparación moral de la nación y, por supuesto, de todas las víctimas; para la recuperación de la confianza ciudadana y la legitimidad de las instituciones del Estado Social y democrático de Derechos.

Se ha dicho, por propios y extraños, así como se ha reconocido por los mismos protagonistas del conflicto, que el mayor compromiso con la Paz de cualquier ser humano, por sencillo o encumbrado que éste sea, debe ser contribuir a que exista una verdadera reconciliación nacional entre todos los sectores sociales, económicos y políticos, que a lo largo de muchas décadas han estado, equívocamente enfrentados, buscando una solución que tal vez no quieren encontrar, diciendo que van a arreglar, pero no arreglan nada y si acuerdan algo no cumplen en lo fundamental, como ocurrió en la película analizada, como queriendo inducir a nuevos desarreglos y confrontaciones, gritándose –con odio y sentimientos vengativos- desafueros y noticias falsas (fake News), verdades a medias, fundando sus actos y determinaciones en hechos e ideas maliciosamente tergiversadas.

Así no es posible que algún día llegue a reinar la Paz verdadera, ni aquí ni en ninguna parte del mundo.

Ahí sí como dijo Sócrates, “el conocimiento los hará libres”, cuando quiso combatir las injurias y calumnias de las cuales fue víctima, teniendo que beber cicuta, ante las falsas acusaciones impuestas por el Statu Quo o elite social imperante en Atenas, tal vez anunciando premonitoriamente lo que iba a acontecer después y repetirse con “La verdad os hará libres” del gran maestro de la humanidad Jesús de Nazaret, quien coincidencialmente padeciera muy similares ataques y estrategias –contra su vida y/o proyectos- y que pueden ser comparables con sucesivas épocas sociales y gubernamentales de la historia. ¿Cualquier parecido con el mundo de hoy y la vida, obra y muerte de estos dos mártires, será mera coincidencia?

¡Dios Salve a Colombia!

*Abogado. Especialista en Planeación de la Participación Comunitaria; en Derecho Constitucional con énfasis en Normatividad Penal. Magíster en Gobierno.

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