Salir sin él es exponernos al mortal contagio y exponer a los demás de manera irresponsable.
Era previsible que el tapabocas se convirtiera en nuestro nuevo atuendo para salir a la calle. Como los zapatos, el reloj o la camisa. Habrá que acostumbrarse a él como alguna vez nos acostumbramos a no salir sin celular, otra extensión de nuestro cuerpo. Tenemos que meternos en la cabeza –literalmente– que el tapabocas, ese adminículo sin gracia, que jamás nos pondríamos en un Halloween y que tiene forma de pañal, es hoy por hoy más importante que el papel higiénico que muchos se lanzaron a comprar cuando esta historia empezó.
Y lo digo porque el tapabocas cumple una función esencial en tiempos de pandemia: proteger y salvarnos la vida. Salir sin él es exponernos al mortal contagio y exponer a los demás de manera irresponsable. A algunos pueda que les incomode, que les parezca una jartera, que se resistan a verse como los vándalos en las protestas.
Para que este sentimiento no los embargue pregúntense por qué el tapabocas suele ser el principal aliado de médicos, enfermeras, personal sanitario o la señora que barre nuestras calles. Ellos saben de las consecuencias que genera el no portarlo, con o sin pandemia.
Este atuendo, que ahora es obligatorio, me da pie para reflexionar sobre cómo el insuceso que vivimos a escala global cambiará muchos de nuestros comportamientos. El del tapabocas será solo uno. Ya no podremos apreciar el rostro pleno del otro, ni escarbar en su risa ni conocer sus gestos. Los ojos serán el lenguaje a descifrar. Ya no podremos apreciar la nariz o los labios de alguien, sino la mascarilla que los cubre e intentaremos adivinar, en consecuencia, cómo es aquel o aquella que se nos presenta de frente o cómo los recordábamos la última vez que los vimos.
Tampoco habrá saludo de manos durante un buen tiempo, eso que mi colega Armando Neira, en una excelente crónica en este mismo diario, llamó “el fin de uno de los símbolos de cortesía de la humanidad”, con cinco mil años de historia y que, a decir del escritor Juan Esteban Constaín, representaba también una señal de paz y armonía, citando a Ortega y Gasset.
Hoy, la lúgubre escena que nos espera es la de hablar a dos metros del otro, mantener semiincógnitas nuestras caras, ignorar el beso y esconder las manos para evitar ese estrechón de palmas con el que manifestábamos respeto, admiración, buenos deseos, confianza… También desaparecerá por un buen tiempo ese abrazo para decir sin palabras que ahí estamos para las que sea. No sé por qué, justo en este instante, se me viene a la mente la letra de un hermoso vallenato de Gustavo Gutiérrez interpretado por Jorge Oñate: “Dame tu mano, mi amigo, que quiero saludarte / Desde hace un tiempo que busco la forma para hablarte / Ven y charlemos de cosas que nos traerán recuerdos…”.
Tapabocas, distancia y lavada de manos. Esa es la consigna ahora. Una disciplina dura para un colombiano acostumbrado a reírse a carcajadas, a abrazar sin pudor, a estrechar la mano con fuerza.
Esta semana, después de dos meses, volví a encontrarme con mi hermano y no pude darle ese abrazo que nos comunica, ni estrechar sus manos ni ver su cara. Parecíamos dos extraños que se encontraban en la acera, pero sin encontrarse. Como resucitados luego de una pelea. La despedida fue igual: apenas un “cuídate mucho” en reemplazo del otrora contacto que solemos tener con las personas que queremos y apreciamos.
Tapabocas, distancia y lavada de manos. Esa es la consigna ahora. El credo a seguir. La nueva moda. Una disciplina dura para un colombiano acostumbrado a reírse a carcajadas, a abrazar sin pudor, a estrechar la mano con fuerza. Pero no hay que desanimarse. Eso no es lo que pretende esta columna. Podemos reemplazar todas estas manifestaciones con palabras, podemos decir lo que sentimos con una llamada, podemos seguir siendo los que somos a través de imágenes y de detalles que habíamos dejado de cultivar, como escribir una carta o recuperar una vieja foto o sorprender a alguien con un regalo o un mensaje sincero. Tal vez no signifique lo mismo, pero sin duda evitar el contagio a toda costa será, a la larga, nuestra mejor contribución en la imperiosa tarea que tenemos de evitar que el coronavirus nos siga arrebatando el saludo, la sonrisa y el abrazo.
¡Que el tapabocas sea ahora nuestro aliado y no nuestra pesadilla!
Por: Ernesto Cortés – Editor Jefe E Tiempo