EN UNA REUNIÓN DE EXPRESIDENTES.

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Esta columna obtuvo el informe del Alto Comisionado para Profecías, Hassan Nassar, sobre lo que sucedería en una reunión de expresidentes, gracias al cual la cancelaron a tiempo. 

Son las 9:32 de la mañana y el presidente Duque al fin se hace presente en el salón de crisis de la Casa de Nariño. En un lado de la extensa mesa lo esperan Ernesto Samper y Juan Manuel Santos; del lado opuesto, en la esquina más lejana, Andrés Pastrana y Álvaro Uribe. En el medio está César Gaviria. El ingreso del presidente rompe con el tenso cuchicheo de cada grupo, incapaz de saludarse el uno con el otro.

—Home, Iván: ¿por qué estás vestido así, de indígena? –indaga Uribe.
— Sí, Iván: ¿qué son esas fachas? —refuerza Gaviria.
—Son Marta Lucía y María Paula Correa, que nos van a acompañar a la reunión —responde el presidente.
—Yo creo que se refieren al taparrabos, Iván —aclara Pastrana.

El presidente ofrece saludito de codo a los presentes, salvo a Juan Manuel Santos, frente a quien sigue de largo. Acto seguido, explica en medio del salón:

—Vengo de reunirme con unos mamos del Amazonas, y quise impregnarme de su sabiduría con este atuendo…
—Pero si eran del Amazonas no podían ser mamos… —aclara Santos—: yo fui mamo…
— Será inmamable —comenta Pastrana en voz baja a Uribe.
— Eran mamos y mamas —apunta Samper con picardía.
—Ahora, si no les importa, me sentaré delante de la mesa —continúa Duque, mientras observa a Uribe—. Presidente eterno: ruego a usted se ponga en cuatro patas para sentarme en sus espaldas: nuestros caciques se sientan en sus pensadores, y usted es el mío …
—Si necesita espaldas, ofrezco las mías —bromea Samper…
—Para lo que sirven: si todo lo de su campaña fue de frente —ataca Pastrana.
—¿Y usted por qué vino si la reunión no es en el ICBF? —responde Samper.

La vice Martuchis pretende ponerse de pie para pedir calma, pero se cae del asiento.

—Los llamé porque tenemos un problema con Honduras —dice Duque.
—Es con Nicaragua —lo corrige María Paula Correa.
—Me refiero a un problema hondo, con O mayúscula: lo decía por eso… Cuéntales tú, María Paula, que comprendes mejor el asunto.

María Paula Correa, entonces, expone brevemente la crítica situación frente a Nicaragua, país que reclama pertenencia sobre la isla de San Andrés con el inminente respaldo jurídico de La Haya…

—¿Y la Haiga ya se pronunció? —pregunta Pastrana.
—Se dice la Haya —corrige Samper.
—¿Será que puede corregir también la ortografía de esta carta de los Rodríguez? —dice Pastrana.
—¿Esa es la carta del señor Epstein aceptándole invitaciones a Cartagena?

Estalla entonces un barullo que termina cuando Juan Manuel Santos pide calma en voz alta:

—Por favor: ¡paz! –dice.
—Oigan a este —responde Uribe—: ahora clama paz: ¿vos le querés entregar el país a Ortega?
—¡Mejor que a los paras! –devuelve atenciones Santos.
—¡Venite a ver, pirobo!

Ante el nuevo amago de pelea, es el propio Iván Duque quien golpea su báculo contra el suelo y pide silencio:

—No podemos perder a San Andrés y Providencia: ¿dónde montaría en cuatrimoto? —dice, preocupado—. Y lo peor es que le invertimos un platal: ya vamos a construir la tercera casa. 

María Paula Correa pide la palabra:

—¿A ustedes nadie les advirtió nada en sus gobiernos? —indaga.

Los presentes guardan silencio.

—Ese pleito fue a mis espaldas —se atreve Samper.
—Cuando viajábamos allá, a la Casa de Huéspedes, nadie nos dijo nada —explica Pastrana.
—Yo me acabo de enterar: siempre pensé que la tal demanda no existía —dice Santos.
—Los cancilleres me engañaron –afirma Uribe.
—Ciertamente: todo es culpa suya, Iván —arremete Gaviria.

Cada uno comienza a levantar la voz a su manera. Marta Lucía Ramírez, entonces, interviene:

—¡Compórtense, por favor! ¡Esta reunión no es acá de unos atenidos! —les grita.
—El que ha tenido malas ideas es este traidor —dice Uribe, mientras mira a Santos.
—¿Se refiere a ________, presidente eterno? —completa Duque.
—Iván: deje la inmadurez de no llamarme por mi nombre —le pide Santos. 
—Presidente eterno, el _______ me acaba de insultar! —acusa Duque.

La ruidosa confusión se toma de nuevo el salón, hasta que María Paula Correa pone orden y pide que aporten soluciones.

—Yo anoté una —afirma Duque, mientras desarruga un papelito del taparrabos para leerlo en voz alta—: crear la Alta Consejería para Nicaragua y nombrar a Alberto Carrasquilla.
—En tal caso, mejor poner a mi hijo Simón —anota Gaviria.
—¿Y qué tal si hacemos un “Plan Nicaragua”? —propone Pastrana.
—Y que lo maneje Simón —se mete de nuevo Gaviria.
—Lo mejor —retoma el presidente Uribe— es invadir Nicaragua. Una amnistía general nos permitiría liberar al general Rito Alejo y otros de nuestros mejores hombres para lanzar la seguridad democrática pero en Managua.
—¿Para que nos toque hacer después otro proceso de paz? —responde Santos.
—Proceso de paz el nuestro: al suyo ni siquiera fue Marbelle —le responde Pastrana.
—Antes no llevó a los niños vallenatos por si iba su amigo —se mete Samper.
—¡Invadamos, Iván, home, y sacá de la reunión a este traidor! —grita Uribe.
—¡Rufián de barrio! —le responde Santos.
—¡Narco! —grita Pastrana.
—¡Pedófilo! —grita Samper.
—¡___________! —grita Duque.

Suena la risa de Gaviria como un relincho; la vicepresidenta pide la presencia de un soldado que le sostenga la cartera. Duque, entonces, se pone de pie, se acomoda el taparrabos y los invita a obrar con sentido histórico: 

—Con I mayúscula —les dice.
—Sí —concede Pastrana—: sería lástima que el país haiga perdido las islas por nuestra culpa.  
—Se dice Haya —lo corrige de nuevo Samper.
—¡Vendido! —le grita este—. ¡Con Be larga mayúscula!
—¡Derrochón! —grita Uribe a Santos.
—¡Paraco! —le devuelve Santos.

Y empieza de nuevo una gritería que dura lo mismo que tardará el trámite del visado nicaragüense cuando queramos visitar San Andrés. Para montar en cuatrimoto.

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