China ha necesitado dos meses de un confinamiento estricto e impuesto rigurosamente para reducir el flujo de nuevos casos de coronavirus (COVID-19). Sus medidas de asilamiento no comenzaron a suavizarse ligeramente hasta la semana pasada, y solo en algunas provincias. Y mientras España, Italia y otros países europeos mantienen sus restricciones, en Estados Unidos solo algunos estados y condados han obligado a sus ciudadanos a quedarse en casa. ¿El resultado? Estados Unidos ya supera a China en número de casos confirmados de COVID-19, con casi 165.000 personas infectadas mientras se edita este artículo, y la cifra sigue creciendo.
De hecho, aunque el país impusiera y obligara a cumplir medidas estrictas de confinamiento como están haciendo el resto de países entre ahora y Semana Santa, la propagación de la enfermedad no se desaceleraría lo suficiente como para justificar el levantamiento de las restricciones para el 12 de abril. Además, aunque se frenara ligeramente, la tasa de nuevas infecciones podría volver a dispararse. En un influyente informe publicado a mediados de marzo, los investigadores del Imperial College de Londres (Reino Unido) estimaron que para controlar la pandemia, los países tendrán que mantener las medidas de confinamiento durante períodos de dos entre dos y tres meses, seguidos de un mes de libertad, hasta que se encuentre una vacuna o cura, algo que probablemente tardará un mínimo de 18 meses en suceder.
Sin embargo, en los últimos días, un pequeño pero creciente grupo de expertos, que podrían definirse como “escépticos de la pandemia”, ha empezado a sugerir que las medidas de confinamiento extremas son excesivas. De hecho, según ellos, puede haber muchos más casos no registrados de COVID-19 de lo que nos imaginamos: personas que contrajeron el coronavirus y no desarrollaron síntomas, o tuvieron síntomas tan leves que no se dieron cuenta de que lo tenían.
Si tienen razón, sería algo muy importante. Primero, significaría que la letalidad de la enfermedad es inferior a la cifra de entre el 3 % y al 4 % que se baraja actualmente. Algunos miembros del grupo afirman que el coronavirus no es mucho más peligroso que la gripe, cuya tasa media de mortalidad es de aproximadamente el 0,1 %.
Y segundo, significaría que podríamos estar mucho más cerca de lo que pensamos para lograr la inmunidad de grupo, ese punto en el que suficientes personas han superado la COVID-19, lo que reduciría la tasa de nuevas infecciones porque el virus tendría dificultades para encontrar nuevas personas a las que infectar. Ambos factores significarían que podríamos reactivar la economía y la vida social mucho antes de lo previsto.
Las pruebas que justifican tales afirmaciones son tentadoras, pero también están incompletas. Como el epidemiólogo de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres Adam Kucharski escribió esta semana en Twitter, varios pequeños estudios preliminares sobre el crucero Diamond Princess, los vuelos de evacuación y otros lugares ofrecen estimaciones muy variadas de la verdadera tasa de infección. En ese desafortunado crucero, alrededor del 50 % de los infectados parecían asintomáticos, mientras que otro trabajo sugiere que esta cifra fue del 20 %. Otro estudio que simuló la propagación del virus en Wuhan (China) antes de que la ciudad se paralizara, estima que casi el 90 % de los casos no fueron registrados. (Eso no es lo mismo que decir que el 90 % son asintomáticos, sino que sugiere que el virus tiene una capacidad sustancial para circular sin ser detectado). Y un estudio de modelado (pdf) publicado por investigadores de la Universidad de Oxford (Reino Unido) el 24 de marzo sugiere que hasta la mitad de la población británica ya podría estar infectada.
La nueva investigación, dirigido por la epidemióloga teórica Sunetra Gupta, representa la definición de esa hipótesis. El trabajo se basa en el número real de muertes asociadas a los brotes de COVID-19 en Italia y Reino Unido. A partir de ellos, el estudio infiere cuántas infecciones tuvieron que haber ocurrido para producir tantos fallecimientos, en función de una serie de suposiciones sobre la rapidez con la que se propaga el virus y sobre la proporción de personas con síntomas graves. A partir de esto, los investigadores han elaborado varias estimaciones de cuánta población todavía no se ha infectado, denominada como la “proporción susceptible”. Según estas estimaciones, entre un cuarto y la mitad de la población de Reino Unido ya podría estar infectada.
Si esto fuera cierto, sería un hallazgo dramático. Pero si no es cierto, desde luego es posible. Ahí radica el problema, o más bien, la falta de datos. Dado que la mayoría de los países han ido realizando pruebas muy lentamente, y puesto que la mayoría de las personas piden hacer la prueba solo cuando están enfermas, es lógico pensar que hay más casos de los que sabemos. Lo que no podemos determinar, porque no estamos realizando suficientes pruebas, es si hay 3, 10 o 100 veces más casos.
Lo que defienden los escépticos de la pandemia es lo siguiente: es posible que los casos que estamos viendo sean solo la grave punta de un gran iceberg de casos leves o indetectables y no, como la mayoría de los expertos piensan, el inicio de una avalancha de casos graves. En un artículo de opinión en STAT, el epidemiólogo de la Universidad de Stanford (EE. UU.) John Ioannidis denomina este fenómeno como un “fiasco de la evidencia” y señala pequeños fragmentos de datos del crucero Diamond Princess y de otros lugares que sugieren que la enfermedad es mucho menos mortal de lo que se cree. Algunos de los colegas de Ioannidis han lanzado opiniones parecidas en un artículo parecido para The Wall Street Journal. Ioannidis afirma: “Si la pandemia se reduce, ya sea por sí sola o debido a estas medidas, el alejamiento social extremo a corto plazo y el confinamiento podrían ser soportables. Pero, ¿cuánto tiempo deberían continuar estas medidas si la pandemia recorre todo el mundo sin cesar? ¿Cómo saben los políticos que están haciendo más bien que mal?”
Estas posturas plantean un debate absolutamente razonable y saludable entre los científicos sobre una enfermedad emergente que solo conocemos desde hace cuatro meses. El problema consiste en que sus puntos de vista están siendo malinterpretados e incluso acaparados por algunos responsables políticos. Ioannidis publicó su artículo el 17 de marzo. Unos días después, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tuiteó:
NO PODEMOS PERMITIR QUE LA CURA SEA PEOR QUE EL PROPIO PROBLEMA. ¡AL FINAL DEL PERÍODO DE 15 DÍAS, TOMAREMOS UNA DECISIÓN SOBRE EL CAMINO QUE QUEREMOS SEGUIR!
Pero los escépticos no dicen: “Paremos el confinamiento”, sino: “Debemos hacer pruebas a más personas para determinar si lo que creemos que sabemos es correcto o lejos de serlo”.
Eso no significa limitarse a realizar pruebas para detectar el virus y confirmar un diagnóstico de COVID-19. Significa realizar análisis de sangre (también llamados encuestas serológicas) a una población seleccionada aleatoriamente para detectar anticuerpos que demuestren cuántas han tenido el virus en algún momento en el pasado. Al igual que una encuesta de opinión realizada a un par de miles de personas puede usarse para representar a todo un país, una encuesta serológica aleatoria ofrecería una estimación bastante buena de qué proporción de la población ha tenido la enfermedad y se ha recuperado de ella. Las pruebas de anticuerpos están a punto de ser lanzadas ampliamente en Reino Unido para que cualquiera pueda hacerse una desde su propia casa. Junto con otros estudios más rigurosos, estas muestras podrían proporcionar los datos vitales que necesitamos para comprender el virus al que nos enfrentamos y la mejor manera de combatirlo.
Todos queremos volver al trabajo, salir y gastar dinero en bares, tiendas y restaurantes. Pero hacerlo sin saber si estamos propagando un virus que podría matar a muchas personas sería una irresponsabilidad. Es por eso que debemos hacer las pruebas, y eso es lo que los científicos están defendiendo.
De hecho, eso es lo que Gupta y su equipo están gritando desde la cima de la montaña. Los informes de noticias generalmente no mencionan los títulos de los artículos científicos sobre los que escriben, y por una buena razón: son muy aburridos y llenos de jerga. Pero Gupta y su equipo estaban siendo bastante claros (sin negritas en el original): “Los principios fundamentales de la propagación de la epidemia destacan la necesidad inmediata de encuestas serológicas a gran escala para determinar la etapa de la epidemia de SARS-CoV-2″. Está claro que no hace falta leer más allá del titular.