Horizontes de ‘democradura”

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Los populismos han aprovechado la decadencia de los discursos de la izquierda y de la derecha para convertirse en la ideología ascendente del siglo XXI

Por: Joaquín Estefanía– El País.com

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en un mitin en Barcelona en 2015.
El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en un mitin en Barcelona en 2015. 

El pasado 11 de septiembre, el vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, tuiteó: “47 años del asesinato de Salvador Allende, que mostró con la mayor crudeza que estar en el Gobierno no significa tener el poder, y que existen élites dispuestas a lo que sea para frenar los cambios”. Además del uso comparativo del argumento con la situación actual, la utilización del concepto “élites” y no otro, en ese contexto, es representativo de los orígenes populistas de Podemos, a quien Iglesias representa. No se trata de caracterizar a priori negativamente el fenómeno populista, como tantas veces se hace, sin reconocer al mismo tiempo que antes de ser examinado como un problema, el populismo debe ser entendido como una forma de dar respuesta a los conflictos contemporáneos, entre ellos el desencanto democrático, las desigualdades galopantes o la constitución de un mundo cada vez más amplio de “invisibles”.

A analizar los diferentes populismos (la revista Element, en el año 2019 consideró esclarecedor distinguir la existencia de nada menos que 36 familias de populismo) dedica su libro El siglo del populismo el intelectual francés Pierre Rosanvallon, experto en el estudio de las democracias desde una sensibilidad cercana a la izquierda socialdemócrata, reconociendo que en la actualidad el fenómeno populista inquieta a sus detractores, pero no tiene un adversario positivo de categoría; es fundamentalmente el resultado de la debilidad intelectual de sus contrincantes ideológicos y de la ausencia de una alternativa política suficientemente atractiva a sus promesas.

Antes de elaborar un balance de su práctica política, Rosanvallon entiende que su presencia en la vida pública ha revolucionado la política del siglo XXI. Esa es su importancia. En el mundo actual reina una atmósfera de populismo (no es preciso ponerle los nombres; todos sabemos de quiénes estamos hablando) y las continuas elecciones ven triunfar coaliciones negativas que llevan al poder a personalidades difíciles de calificar como demócratas.

El sociólogo francés propone definir el populismo como una ideología que ofrece una visión sencilla —y por tanto atractiva— de la democracia, que se presenta a la ciudadanía como la solución a las debilidades de esa misma democracia y a los conflictos contemporáneos. Es la ideología ascendente de este tiempo, aprovechándose de la decadencia de los discursos tradicionales de la izquierda y de la derecha, que tantas veces parecen resonar en el vacío. Es una ideología que, al contrario que las grandes teorías de los siglos XIX y XX (el liberalismo, el marxismo, el conservadurismo…), no posee aún grandes obras comparables a las de Adam Smith, Marx, Burke… La excepción podría ser, aunque en un tono menor, los libros del filósofo argentino Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, en especial La razón populista.

Su definición queda marcada por algunos elementos fijos: una concepción del pueblo, una teoría de la democracia (directa: el referéndum), una filosofía y una política de la economía (proteccionista), y un régimen de pasiones y emociones (teorías de la conspiración). La primera es determinante para hacer una distinción constante entre “ellos” y “nosotros”. El populismo considera al pueblo la figura central de la democracia, le devuelve su centralidad, lo que conlleva el abandono de los análisis en términos de clase social. En este sentido, los análisis de Laclau y Mouffe son sumamente esclarecedores; provenientes de una tradición marxista, advirtieron que la cuestión de la propiedad privada de los medios de producción, con la relación de explotación consiguiente, ya no era la única ni tampoco la principal en regir la división social contemporánea. De hecho, los conflictos que estructuran el espacio público se han extendido hoy a nuevos campos: las relaciones entre mujeres y hombres, las desigualdades territoriales, los problemas de identidad y de discriminación, etcétera. Ya no hay, en este contexto, una lucha de clases que polarice las cosas por sí solas, como tampoco hay una clase social esencialmente portadora de las esperanzas de emancipación de la humanidad (la clase obrera, el proletariado). En este sentido, el populismo es otro modo de construcción de lo político que se basa en dividir a la sociedad en dos (el 99% y el 1% del movimiento

El sentimiento del ciudadano de no ser reconocido, de no importar en absoluto, de ser un “invisible” en comparación con las oligarquías traza la línea de fractura esencial que ha ayudado a la aparición de un tipo de regímenes que conservan en lo formal los ropajes de una democracia, pero con un ejercicio autoritario del poder (en los años veinte fueron calificados como “regímenes híbridos”) . Así emerge el neologismo de “democradura” (fusión de las palabras democracia y dictadura), que se relaciona con los deslizamientos progresivos de muchos países hacia regímenes autoritarios en el seno de un marco institucional democrático preexistente. Rosanvallon trata de comprender la “democradura” dentro de la democracia, sin rupturas, golpes de Estado o suspensión de las instituciones. Así como las críticas populistas reflejan el desasosiego, la ira y la impaciencia de un número creciente de ciudadanos, los proyectos y propuestas que tales críticas conllevan parecen en muchas ocasiones temibles, en términos de “democradura”. Describiendo el advenimiento democrático del que fue testigo, Alexis de Tocqueville observaba: “La noción de gobierno se simplifica: sólo el número hace la ley y el derecho. Toda política se reduce a una cuestión aritmética”. Según Rosanvallon, hoy habría que decir exactamente lo opuesto: el progreso democrático implica ahora hacer compleja la democracia, multiplicarla. La democracia, al contrario de la “democradura”, es ante todo un régimen que no se cansa de preguntarse por él mismo.

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