Solo la educación permitirá recorrer senderos democráticos en igualdad de oportunidades.
El plebiscito de 1957 –que, votado por 4 millones de hombres y mujeres, aprobó el Frente Nacional para acabar la violenta confrontación entre liberales y conservadores– dispuso en su artículo 11: “A partir del primero de enero de 1958, el Gobierno Nacional invertirá no menos del diez por ciento (10 %) de su presupuesto general de gastos en la educación pública…”.
Pero la verdad es que no obstante la contundencia de ese mandato popular, por mucho tiempo los gobiernos no lo cumplieron y la educación aparecía como una cenicienta en la distribución de los recursos. Solo en el 2015 –administración Santos– la educación figuró en primer lugar dentro del presupuesto, superando en términos y por primera vez al de defensa. El gobierno Duque siguió por esa línea acertada y en el presupuesto para 2021, aprobado la semana pasada, la inversión en educación supera a todas las demás, incluidos los gastos de defensa.
En un país donde la desigualdad en la distribución del ingreso sigue siendo una de las más significativas del planeta, y que ahora se incrementa por el aumento de la pobreza –según el director del Dane en su entrevista con María Isabel Rueda–, la educación continúa como la única vía para adelgazar esa brecha social.
Retomando el eslogan usado para promocionar la Constituyente del 91, hoy vale decir que “la educación es el camino”. Y hemos avanzado mucho en relación con cuanto teníamos en 1958. Ya los maestros, por sueldos atrasados, no empeñan la nómina, como tuvo que hacerlo el presidente Marco Fidel Suárez, tumbado por eso entre López Pumarejo y Laureano Gómez.
En años recientes también se logró la gratuidad de la educación pública hasta el nivel medio. Poco a poco se ha progresado en el bilingüismo y en la utilización de la tecnología de las TIC. En su momento, el ministro David Luna distribuyó tabletas a todos los estudiantes del país, incluidos los de zonas rurales. Pero aún hay mucho por hacer. El Estado debe empeñarse más en la preparación de los docentes, así como en aplicar la llamada ciencia del aprendizaje, nutrida en especial desde la neurociencia.
Los mejores estudiantes deberían dedicarse a la investigación y la docencia. Como se ha visto con la pandemia, muchos estudiantes pobres no pueden disfrutar de la educación por no tener a su alcance la tecnología o el internet. Es indispensable mejorar la educación pública y eliminar las diferencias aún existentes con la privada.
El bilingüismo debe extenderse a todas las escuelas y colegios públicos, incluidos los rurales. En la instrucción, además de los aspectos técnicos, es preciso incluir la historia y las humanidades para formar una población capaz de ejercer y hacer respetar sus derechos.
Es preciso orientar la formación superior hacia las destrezas técnicas vinculadas al aparato productivo de la nación, y no a la superproducción de ‘doctores’. Es lo que ha logrado Alemania con su famoso modelo dual, vinculando las empresas al proceso de formación técnica y tecnológica de los jóvenes que no quieran optar por una carrera profesional, como aquí lo hace el Sena.
Todo apunta, además, al mejoramiento en general de la calidad de la educación, así como a evitar la deserción en la universitaria. Sería conveniente ‘descentralizar’ la formación superior mediante el fortalecimiento de las universidades públicas regionales. En la Universidad de Ibagué, Alfonso Reyes Alvarado logró desarrollar un programa para estudiantes de ingeniería que les permite adelantar en sus lugares de origen los cuatro primeros semestres con auxilios municipales y terminar los últimos en la capital.
¿Y por qué no ir pensando desde ya en la gratuidad de la educación pública universitaria? Solo la educación permitirá recorrer senderos verdaderamente democráticos en igualdad de oportunidades.
‘Boyacá compleja’. Así titulado, Alegría Fonseca y Julio Carrizosa –pioneros, con Margarita Marino de Botero, de la defensa del medio ambiente cuando el tema estaba casi inédito– han publicado este excelente libro sobre la riqueza ambiental, los paisajes, las gentes y el empuje de tan privilegiada región colombiana, semilla de nuestra independencia. Meritoria obra, de obligada consulta.