Hakim Badawi escribe:
Hoy estuve en la Feria del Libro de Madrid. Al margen de la discusión sobre la inclusión de escritores, les diré que fue una decepción. Aunque ya sabemos v que conseguir libros colombianos en España es difícil y costoso, la feria no aprovechó para resolver esta situación de forma contundente.
Hay un solo puesto con una cantidad generosa de libros colombianos (con varias novedades) y otro que incluye un pequeño apartado de novelas colombianas (el de Random House, con su baraja de escritores locales). Pero el meollo de la participación colombiana es un pequeño “pabellón” (con varias vitrinas de madera) que repite, en modo horror vacui, el eslógan “Colombia diversa y vital”.
El “pabellón” se quedó atrancado en 1980: parece diseñado por un club de viejitos áulicos del realismo mágico. Los únicos libros reales que tiene son los de Gabriel García Márquez metidos en vitrinas (ni siquiera, al menos, en ediciones especiales, como para deleitarse), el único escritor colombiano que ameritó estar en este lugar (claro, está muerto, es una marca, no discute el presente y no habla contra el gobierno).
El resto de libros son pintados (!¡), sí, libros pintados sobre las vitrinas verticales: no sé por qué no me extraña que la principal característica del diseño institucional sea la simulación, a través de trampantojos, de lomos de libros (sin títulos o autores concretos). En vez de publicaciones, el “pabellón” tiene hamacas, carteras en palma de iraca, mochilas wayú, sombreros vueltiaos y máscaras de carnaval.
¿O es que con qué otros artefactos podíamos acompañar tal despliegue de exotismo y “magia”? Sólo faltó un indígena del Putumayo cantando con un tótem cheroqui y un sombrero apache, apenas para satisfacer la demanda exotista (esa que enmascara –y a veces justifica– una realidad menos mágica, más cruel y sanguinaria) que el gobierno cree que aún existe internacionalmente. Y para los nostálgicos, a un lado venden Colombiana y Chocolatinas Jet: apenas para pasar del coma mental al coma diabético.