La pandemia de los incautos

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Compartimos con el resto del planeta las fatales consecuencias que nos ha traído la plaga china. No tuvimos la decisión en el momento en que se conoció tal amenaza, de haber cerrado las fronteras aéreas, marítimas y terrestres, empezando por el aeropuerto El Dorado, por donde entraron centenares de viajeros procedentes de los países más contagiados. Ahora, tratamos de enderezar el camino, dejando una economía maltrecha, multitud de empresarios en bancarrota y millones de compatriotas privados de su ingreso vital.

Pecamos de incautos, no tratemos de ignorarlo. En Nueva Zelanda, por el contrario, celebran ya el total retorno a la normalidad sin un solo contagiado, por haber cerrado a tiempo sus fronteras.

La otra plaga, la que nos ha llegado de Cuba y Venezuela, con el patrocinio de Rusia y la China, el “camaradavirus”, sigue su contagio con el apoyo de los incautos. Obtuvieron con su aliado, el camarada Santos, la claudicación del país ante una guerrilla derrotada y escondida por la alcahuetería de gobiernos vecinos. Se opuso el pueblo colombiano con valor, rechazando el infame acuerdo en el plebiscito de 2016, venciendo al poderoso engranaje estatal engrasado con los dineros de los contribuyentes.

No obstante carecer de toda legitimidad, el papelucho fue elevado a la categoría de Acuerdo Final, mediante una simple proposición de los parlamentarios de la rosca santista y avalado por una prevaricadora Corte de amigotes del sátrapa de turno. Se imponía, desde luego, salir a exigir la renuncia del sátrapa y el reconocimiento de la voluntad soberana del constituyente primario, pero no se cumplió con la tarea. En su lugar, pecaron de incautos los líderes de la oposición y corrieron a “negociar” lo que no se podía negociar pues, ni estaban autorizados para ello, ni se puede reformar un acuerdo inexistente jurídicamente.

De allí en adelante, la plaga creció como espuma. Hubo una distribución de tareas en la guerrilla: Mientras unos se dedican a disfrutar de su condición de parlamentarios —villanos convertidos en héroes— otros siguen manejando el negocio del narcotráfico y los demás se encargan del trabajo sucio del terrorismo.

Cuentan con una inmensa parafernalia que los secunda:

  • Los comunicadores infiltrados en medios convencionales y virtuales, ocultando o justificando sus crímenes y difamando a sus contradictores
  • Los dirigentes de la extrema izquierda, organizando violentas protestas, movilizando como borregos a los estudiantes ávidos de protagonismo, a los indígenas y a los más vulnerables, presas fáciles de sus mendaces promesas
  • Los contratistas estatales, los empresarios habituados a negociar con quien detenta el poder, los usufructuarios de la corrupción santista, perpetuados en la burocracia con la indolencia o complicidad del Presidente
  • Los magistrados, fiscales y jueces formados en la doctrina marxista, dispuestos a perseguir judicialmente a quien se oponga al contubernio Santos-Farc, y a conceder toda clase de beneficios a los narco-guerrilleros
  • Los rectores y profesores universitarios moldeados por el “marxismo cultural” y los maestros afiliados al sindicato comunista de Fecode

Diariamente nos traen las noticias ejemplos del avance de esta pandemia que llevará a la ruina a la sociedad colombiana, con la indiferencia del gobierno y la perplejidad de muchos compatriotas. Me eximo de cansar a mis lectores con una relación de sus dañinos efectos, ya que la evidencia es de pública notoriedad.

Preguntémonos, más bien, qué país queremos cuando pase la otra pandemia, la del Covid-19. ¿Queremos que nos llegue el socialismo del siglo XXI de la mano de Petro, Claudia, Fajardo, Cepeda, Santrich, Timochenko y sus secuaces? O, acaso, ¿preferimos el continuismo del régimen santista, el que patrocinan Roy Barreras, Vargas Lleras, Gaviria, y demás caciques que han usufructuado el poder en los últimos 10 años, en su propio beneficio y en perjuicio de las mayorías de este sufrido país?

No hagamos parte de los incautos, por favor. Levantémonos como un solo hombre con la meta de conformar una gran Alianza para la Reconstrucción de Colombia, comprometida a abolir el fatídico acuerdo y trabajar por la erradicación de la droga, de la corrupción, de la ausencia de justicia, del terrorismo y de las ideologías materialistas que destruyen la familia tradicional.

Por: Luis Alfonso García Carmona – La Linterna Azul

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