La peligrosa mezcla de debilidad y radicalismo presidencial

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El rompimiento de Gustavo Petro con la coalición que lo llevó al Gobierno ha tenido efectos psicológicos perceptibles en la actitud del presidente. En la entrevista que le concedió a la directora del diario El País de España, Pepa Bueno, su decepcionada voz y su constante tos acompañaron un mensaje de desaliento y algunas declaraciones contradictorias. El presidente, como dice una cosa, dice la otra.

Al mismo tiempo que considera necesaria la reforma laboral por las largas jornadas de una buena parte de trabajadores, expresa la necesidad de que los integrantes de la administración nacional dupliquen sus jornadas para cumplir la agenda del cambio. Esta es la forma en la que —según él— la reelección sería innecesaria. Sin embargo, su opinión sobre la reforma laboral se fundamenta en la defensa de los derechos de los trabajadores, mientras que su exigencia a los servidores públicos de ocuparse hasta el agotamiento parece un discurso burgués del siglo XIX. Si duplican la jornada, cuatro años equivalen a ocho. ¡Simple aritmética!

Por los lados, tácitamente, el presidente también habló del origen de su tristeza y su desánimo. Dio a entender que no ha habido mucho que aprender durante estos nueve meses de administración, pues él, que todo lo sabe, solo ha podido confirmar que el poder corrompe y que es difícil adoptar las reformas que necesita el país. Lo extraordinario no es la confirmación de sus expectativas acerca de la sociedad colombiana, sino que aún no sea capaz de identificar los defectos de carácter que lo alejan de lograr sus propósitos.

El mal momento por el que pasa quedó de esta forma en evidencia. Se confirmó que el recurrente incumplimiento de su agenda, la informal toma de posesión de sus nuevos ministros, y su frecuente constipación no ocurren como consecuencia de ser un enfermizo outsider. Los colombianos esperamos que su presidencia dé giros positivos, pero todo apunta a que está contra las cuerdas y puede tomar decisiones desesperadas.

El agotamiento y la radicalización podrían poner en peligro las elecciones de octubre. Es necesaria la moderación del presidente por su propio bien, pero, sobre todo, por el del futuro de Colombia. No debe gobernarse con depresión, rabia y testarudez.

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