LA VOLATILIDAD DEL VOTO

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En tiempos de campaña electoral, todas las miradas se posan en las encuestas de las empresas demoscópicas. Son el muy deseado ‘spoiler’ de las elecciones, la pista que indica quién ganará. Sin embargo, en los últimos años, sus pronósticos no han sido muy acertados. ¿Han dejado de funcionar las encuestas electorales o son esos datos, en realidad, una prueba clara de que ha cambiado cómo se vota? Tras el fin del bipartidismo y el triunfo de lo digital, ha llegado la era del voto volátil.

Por Carmen Gómez Cotta – ethic

Nadie apostaba por él, salvo los de su propio partido. Al menos no al principio. Contra todo pronóstico, decían los medios en junio de 2022, Juanma Moreno se alzaba como el máximo triunfador de unas elecciones que marcaron un punto de inflexión en la historia andaluza. No solo el PP se hacía con la mayoría absoluta, sino que el PSOE perdía su bastión tras 40 años de gobierno. Semanas antes, los medios habían empezado a apuntar los malos resultados que podían llegar a tener los socialistas ante el avance de los populares y, sobre todo, ante la que parecía ser la mayor noticia: el imparable auge de Vox con Macarena Olona a la cabeza. «Recuerdo portadas hablando del “efecto Olona”», recuerda María Martín, directora de Comunicación de GAD3, una de las principales empresas demoscópicas en España. «Se llegó incluso a verla como vicepresidenta de Juanma Moreno», añade. Pero, mientras esto sucedía en la calle, desde GAD3 seguían realizando encuestas, análisis y tracking y comprobando que esas noticias no reflejaban la realidad.

Las presidenciales de Estados Unidos de 2016 –en las que Donald Trump venció a Hilary Clinton– son otro ejemplo de cómo los sondeos no siempre reflejan la realidad que acaba imponiéndose. ¿Por qué erran las encuestas? «Fallan porque los institutos estamos formados por personas y nos equivocamos», reconoce Martín. Además, la falta de recursos económicos es un hándicap. «Si puedes entrevistar a muchas personas y tener una buena muestra, va a acertar seguro», añade. Junto con esto, otro hecho: «Las encuestas nunca son noticia cuando aciertan, que es la mayoría de las veces», opina Antonio Asencio, director de Comunicación y Public Affairs de Sigma Dos, otra de las grandes demoscópicas españolas. Pero no se trata tanto de que los sondeos electorales fallen como de un fenómeno que, parece, ha llegado para quedarse: la volatilidad del voto. Es, según Asencio, «el mayor desafío que tenemos ahora las empresas demoscópicas».

«La volatilidad empieza a ser una constante, algo cada vez más común en las democracias occidentales», afirma Antoni Gutiérrez-Rubí, asesor de comunicación y consultor político. Desde su punto de vista, su existencia es el producto de un «proceso gradual de desinstitucionalización, inestabilidad e imprevisibilidad», que origina, además, cambios políticos en la sociedad y en el sistema de partidos «de modo secuencial, poco a poco, pero sin freno», explica. Estas transformaciones dejan atrás el bipartidismo de aquellas formaciones capaces de atraer a votantes de distintos espectros ideológicos. Ocurre, según indica Fernando Vallespín, catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid, por «la desconexión identitaria entre partidos y ciudadanos». Pero no solo: también se debe, añade, a «la desconfianza general hacia la clase política y a la propia pluralización de la sociedad». Esta es cada vez más compleja y exige a su vez una oferta electoral más variada.

Gutiérrez-Rubí: «La volatilidad empieza a ser una constante, algo cada vez más común en las democracias occidentales»

Además, los ciudadanos demandan más a los políticos y, cuando estos no responden como se espera, el votante castiga con su voto. Para los expertos, la volatilidad es también un signo de mayor juicio, criterio y experiencia ciudadana. «Indica que la ciudadanía sigue buscando información, que la política y la búsqueda de la candidatura ideal continúan y que el votante no se queda solo con las siglas de los partidos, sino que estos deben hacer más para conseguir su voto», opina Gutiérrez-Rubí. Algo positivo para las democracias, sin duda, pero con un lado negativo: «La ideología pesa menos», apunta. Por ello, el votante es más proclive a cambiar su apoyo. Es en este punto, señala el profesor Vallespín, donde surge el problema más grave: «la crisis de representación» que afecta a algunos sectores de la población.

Además, en la sociedad de la inmediatez del siglo XXI, el vínculo representativo se erosiona muy pronto. «Representar significa hacer presente a alguien que está ausente. ¿Quién está hoy ausente?», plantea Vallespín. «Las redes sociales contribuyen a machacar sistemáticamente a los políticos e impiden una reflexión sosegada sobre cuál es su verdadera contribución a la política», añade.

La nueva fórmula

Las formaciones políticas empiezan a ver que ya no cuentan con fieles votantes. En sistemas democráticos equiparables al español, los partidos tradicionales «sufren principalmente por la pérdida de capital humano en su interior», explica Eduardo Madina, quien fuera portavoz del grupo socialista en el Congreso y hoy es socio de Estrategia en la consultora Harmon. Según su experiencia, la evolución en los volúmenes de afiliación y militancia de las últimas décadas indica que la gran mayoría «están inmersos en procesos de descapitalización». Bajo ese prisma y en las circunstancias actuales, «nuestros sistemas democráticos deben pensar en optimizar la relación de la ciudadanía con el proceso de participación política», opina. Es lo que se llama «democracia mixta», explica Vallespín. Junto con las elecciones clásicas, «el fomento de una mayor deliberación sobre asuntos de interés público y los consejos de ciudadanos» podría ser una fórmula para «conectar mejor con la ciudadanía e incorporarla a las decisiones».

Madina: «Nuestras democracias deben pensar en optimizar la relación de la ciudadanía con el proceso de participación política»

Ya sea madurez democrática, hartazgo político o indecisión, la volatilidad electoral es una realidad que empieza a imperar. Y junto con ella, en los últimos años, también coge impulso el voto dual. «En muchas elecciones nos encontramos que el mismo elector, el mismo día, lleva dos papeletas distintas para dos urnas distintas», explica Martín, de GAD3. Puede incluso llegar a llevar tres si coinciden comicios generales, autonómicos y regionales, como pasará este 2023. «El voto estratégico era más de la izquierda, pero ahora se da también en la derecha», añade.

Ya en 1987, Estados Unidos acuñó el acrónimo VUCA (volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad, por sus siglas en inglés) para describir la realidad de ese mundo multilateral que surgió tras la Guerra Fría. «La volatilidad se refería a la naturaleza y la dinámica de los cambios, así como a la velocidad y el volumen con los que se producían. Cambios sociales que también podemos asimilar hoy con la volatilidad electoral», opina Gutiérrez-Rubí. Un fenómeno, explica, que se produce porque «las ideas y la acción políticas pesan menos y más el contexto o la personalización de las candidaturas». Por eso, para llegar a ese público hay que pensar en «la identificación personal: para muchos, no se trata solo de qué ideología tenemos, sino de qué sentimos hacia un gobierno, un partido o una candidatura». Si esto se suma a que las divisiones sociales ahora se trasladan a la arena política y sus representantes, se empieza a entender por qué últimamente el voto vuela con más facilidad de un bando a otro.

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