Las peripecias vitales de Putin son las de Rusia desde la caída de la Unión Soviética. Su carrera fue vertiginosa: de enlace de la KGB con la Stasi en Alemania Oriental, a vicealcalde de San Petersburgo, responsable de los –renovados– servicios secretos rusos y presidente eterno de Rusia. Para entender la dirección de este país, hay que comprender su transición del comunismo a la economía de mercado en los años noventa del pasado siglo.
El poder es una cosa muy seria en Rusia. Según algunos historiadores, alrededor de 400.000 personas fueron encarceladas por el régimen estalinista por contar chistes acerca del «amado» líder; cualquier excusa era buena para esclavizar a sus ciudadanos. Una de sus leyes establecía que llegar tres veces tarde a trabajar era suficiente para ser enviado a un campo de concentración durante una década. A veces pienso que debería hablarles de esto con más frecuencia a algunas personas de mi equipo.
Próximamente se publicará en castellano Los hombres de Putin: cómo el KGB se apoderó de Rusia y se enfrentó a Occidente (Península), de Catherine Belton. Inicialmente publicado en 2020, el libro fue aclamado por los principales medios internacionales. La autora, que fue corresponsal del Financial Times en Moscú durante varios años, describe el ascenso y reinado –no se me ocurre palabra mejor– de Putin y los siniestros vericuetos del poder en Rusia. El ritmo y la trama se parecen en ocasiones a los de una novela de James Ellroy; el personaje principal no es para menos. Belton cuenta cómo a Angela Merkel se le ocurrió contarle a Putin que le dan miedo los perros. Mala idea: en la siguiente ocasión en la que se vieron, se abrió una puerta y entró un enorme perro negro en la sala del Kremlin en la que se encontraban. El tipo de perro que daría miedo a un GEO. Pídanle a Google que les busque la foto, las caras de los tres protagonistas son inolvidables. Al villano del Inspector Gadget le hubiera costado pensar en algo así.
Las dos décadas de Putin en el poder nos han dejado algunas imágenes inolvidables. Por ejemplo, la de su suntuosa ceremonia de inauguración como presidente en el año 2000, haciendo el paseíllo en el renovado Kremlin, caminando ligeramente inclinado y saludando a izquierda y derecha con una mirada tímida, incómoda, torva y desafiante. O la de un miembro de sus servicios secretos inyectando un tranquilizante a la madre de uno de los marineros fallecidos en el hundimiento del submarino nuclear Kursk. La señora le estaba echando la bronca en público a un enviado de Putin. ¿Cómo olvidar la imagen de Putin de vacaciones en Siberia, a caballo, con el pecho descubierto y con mirada de dirigirse a saldar cuentas con Rambo, el de Acorralado?
¿Cómo olvidar a Putin de vacaciones en Siberia, a caballo, con el pecho descubierto y con mirada de dirigirse a saldar cuentas con Rambo?
Las peripecias vitales de Putin son las de Rusia desde la caída de la Unión Soviética. Su carrera fue vertiginosa: de enlace de la KGB con la Stasi en Alemania Oriental, a vicealcalde de San Petersburgo, responsable de los –renovados– servicios secretos rusos y presidente eterno de Rusia. Curiosamente, Putin pareció sumiso y con poco apetito por el poder en sus primeros años en Moscú. Esa fue una de las razones por las que la familia de Yeltsin, su antecesor, le escogió como sucesor cuando era un completo desconocido.
Para entender Rusia, cuenta Belton, hay que entender su transición del comunismo a la economía de mercado en los años noventa del pasado siglo. Un brutal proceso de privatización de activos públicos en los que un pequeño grupo de espabilados se aprovechó de la inocencia –el capitalismo era una novedad– del ciudadano común y de la debilidad del Estado. Las crónicas de aquellos años nos hablan de mafiosos asesinados, a cámara lenta, con cojines contaminados con materiales radioactivos.
Belton relata cómo uno de los oligarcas se hizo con el control de Norilsk Nickel, una compañía cuyos beneficios superaban los 1.000 millones de dólares anuales, simplemente extendiendo un crédito al gobierno de alrededor de 200 millones. El proceso de privatización concluyó con un puñado de personas controlando más del 50% del PIB. Los oligarcas dieron paso a los siloviki, los ex colegas de Putin en el KGB que hoy tienen un control absoluto del poder económico y político en Rusia. Cleptocracia es un término que aparece con frecuencia en el libro: Rusia, recordemos, es un país de renta per cápita ligeramente superior a la de México, pero abundante en mil millonarios por decreto.
El libro está lleno de anécdotas e historias increíbles: suicidios que no parecen tales, asesinatos por encargo, cuentas secretas, crimen organizado o palacios que harían sentirse pobre al último zar. El elenco de personajes secundarios también es tremendo. No faltan páginas dedicadas a Trump y a los papeles de Panamá. La lectura del ensayo de Belton permite extraer distintas conclusiones acerca de Putin y de la actual Rusia, pero todas desalentadoras. Una, desgraciadamente, es que sus malas intenciones con respecto a Occidente no son fruto de una enajenación mental transitoria. Otra, que no parece previsible que Rusia se convierta en una democracia saludable durante algunas generaciones. La más importante de todas, sin embargo, es que el poder absoluto corrompe absolutamente. Algo que, por otra parte, hemos podido comprobar suficientemente estos días.
Por: ethic.es – Ramón Pueyo Viñuales