En estos días, el mundo ha estado hablando de la excepcionalidad de Medellín. El New York Times, por ejemplo, definió a Medellín como a una ciudad pionera por lograr contener hasta el momento de manera exitosa el contagio del covid-19.
De hecho, la capital paisa logró aquello que no lograron otras ciudades de Colombia, empezando con Bogotá, y del mundo. De hecho, el área metropolitana de Medellín registra solamente 1349 contagiados y 7 fallecidos.
Comparemos estos datos con la ciudad de Milán, en Italia, que tiene la misma población de Medellín: son más de 24 mil los contagiados y más de 5 mil los muertos. Los medios internacionales, que tienden a simplificar realidades complejas, han resaltado el mérito del alcalde Daniel Quintero. Sin querer disminuir la capacidad del alcalde de coordinar el manejo de la crisis, junto con el exgobernador Aníbal Gaviria, pienso que es importante resaltar que el milagro de Medellín es el fruto de una inteligencia colectiva, más que de un liderazgo individual. Los alcaldes (todos, buenos y malos) pasan, mientras que la inteligencia colectiva se queda.
Son, seguramente, muchas las variables del éxito que Medellín hasta el momento registra en contener la pandemia.
Hay factores culturales, como el sentido de pertenencia y el orgullo por la ciudad, además que una resiliencia probada y desarrollada en décadas duras, cuando la principal pandemia (todavía no extinguida) era la violencia. Desde su misma historia trágica, Medellín ha aprendido no solamente a sobrevivir sino también a prosperar. Ultrajada de muchas maneras, es una ciudad que nunca se limitó a ser víctima. Por eso, durante años, y muchas veces en el anonimato, se ha ido robusteciendo una red de líderes sociales, culturales, empresariales, y también políticos, que de manera creativa, innovadora, y sorprendente, han permitido a la ciudad levantar la cabeza. No estoy hablando de un puñado de líderes, sino más bien de un movimiento, de un enjambre de líderes, que han puesto a disposición de la ciudad sus talentos, ingenio, creatividad, y compromiso.
Realidades institucionales como Comfama, Proantioquia, Ruta N, o universidades como la de Antioquia, la Bolivariana y Eafit, junto a grupos empresariales, emprendimientos de vanguardia, y a numerosísimos procesos culturales y artísticos, son el caldo de cultivo que fomenta aquella inteligencia colectiva que hace de Medellín una ciudad emblemática y a la cual mira el mundo hoy.
Pienso que la inteligencia colectiva es una calidad que marca a esta ciudad. Es la habilidad de un grupo de personas de innovar y de encontrar soluciones, logrando resultados que un individuo solo, aún si fuera un genio, no podría lograr. Como lo resalta Surowiecki en su libro Cien mejor que uno, sustentan a la inteligencia colectiva, la diversidad, independencia, descentralización de talentos e iniciativas que se coordinan para lograr un objetivo compartido. Es lo que está pasando. En estos meses vimos en Medellín iniciativas a la vanguardia en el campo médico, científico, y tecnológico. Si Medellín se hace más consciente de su inteligencia colectiva puede darle la vuelta a los demás problemas sistémicos que todavía tiene. Podría ser esta la herencia positiva de esta pandemia.