Mentirle al diablo

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Nuestra obra dirá qué elecciones tomamos, y por qué, y si decidimos amar u odiar, o si decidimos ser justos o no, u honestos, o tramposos o solidarios o negligentes, porque puestos a hablar de obras, cada obra es un cúmulo de decisiones, igual que cada vida. Nuestra obra dirá si quisimos posar de bondadosos, o si lo éramos en realidad. Si como decía Jesucristo, pretendíamos que la mano derecha no supiera lo que hacía la izquierda, y si realmente trabajábamos en enseñarle al otro cómo se pescaba en lugar de darle un pescado, o si nuestros rezos y cantos eran para asegurarnos un lugar en el Paraíso. Si mentíamos para enriquecer una historia porque la verdad suele ser muy plana y desabrida, o lo hacíamos para sacar provecho del engaño, y si adornamos una parte por el placer de la belleza, o si nuestros adornos fueron una máscara.

Nuestra obra será nuestro más sincero legado, la que dirá lo que no pudimos decir en el día a día, la que nos representará cuando no estemos y dos o tres viejos amigos se reúnan y nos recuerden, o nos distorsionen, pues en últimas, todos los recuerdos, precisamente por ser recuerdos, están hechos de un poco de verdad y de galeradas de invención. Nuestra obra será lo que mejor nos retrate, y lo hará en esencia y hasta los huesos si logramos desentrañarla, cada una de las veces que hayamos intentado mentirle al diablo.

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