- Magnicidio de Álvaro Gómez, 25 años de impunidad
- Hipótesis que señala a las Farc, otra táctica dilatoria
Por: El Nuevo Siglo
La hipótesis de que el magnicidio de Álvaro Gómez Hurtado, que en estos días completa 25 años de impunidad, fue perpetrado a manos de las Farc: “no suena, no suena…”. Como tampoco, en su momento, sonaba para nada que el atentado al abogado del presidente Ernesto Samper hubiese sido fraguado por las autoridades de los Estados Unidos, aunque el ministro del Interior saliera raudo a decir: “me suena, me suena”. Todos esos sonajeros se han mostrado, desde luego, como un mecanismo de distracción para inflamar de neblina las realidades telúricas que llevaron, por la época, a una escalada de asesinatos sistemáticos en el transcurso de las investigaciones al primer mandatario en la célula correspondiente de la Cámara de Representantes. Ese es el contexto dentro del cual cayó inmolado el líder conservador que pedía tumbar al régimen vigente.
En modo alguno se trata pues de defender a la organización terrorista que ahora algunos pretenden hacer pasar de autora del crimen, con miras a que el caso pase a la JEP. Pero tampoco es dable aceptar que la turbia insignia sea utilizada de chivo expiatorio para seguir creando confusión y producir nebulosas adicionales en el propósito de desentrañar el magnicidio. En definitiva: “no suena, no suena”. O mejor: disuena estridentemente.
De hecho, en estos días se ha venido a conocer, por el contrario, que el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), vinculado estructuralmente a la Casa de Nariño, mantenía seguimientos y perfilamientos de Álvaro Gómez. Es decir, que las agencias presidenciales especializadas lo tenían de antemano en la mira y ponían lupa a sus declaraciones y movimientos, puesto que cada día adquiría mayor relevancia y comenzaba a actuar de catalizador a la catarata de opiniones amorfas, en buena medida huérfanas de canalización política y por lo tanto de impacto real diferente al asombro periodístico.
En realidad, no era necesario recurrir a la parametrización del Departamento de Seguridad, ya que Álvaro Gómez había dicho por anticipado en sus editoriales de El Nuevo Siglo y en sus comentarios en el noticiero de televisión de mayor audiencia (24 Horas), así como en sus conferencias permanentes, que la descomposición de lo que llamaba el Régimen (utilizando éste término para englobar la decadencia abismal en que había caído la democracia en el país) se debía a una serie de factores, siendo el gobierno “el agente más activo de este conglomerado de solidaridades ilegítimas”. Efectivamente, así dejó testimonio textual en sus concurridas charlas del Centro de Estudios Colombianos, ese 1995. De modo que los seguimientos del DAS, más que corroborar lo que ya estaba reiterativamente sobre el tapete, demuestran una intención de otra índole al más preclaro estilo de la policía política fascista que por descontado deja escapar un acre y espeso olor de sospecha.
Bajo esa perspectiva, Álvaro Gómez fue convirtiéndose entonces en la voz pública preponderante que, con su dialéctica característica y una audiencia cada vez más en franco ascenso, reclamaba una salida para el país que permitiera evitar el desplome terminal de la democracia colombiana en medio de la crisis suscitada por la campaña samperista. No se trataba, naturalmente, de nada diferente a dejar bien en claro que el enemigo era el Régimen. Y que el objetivo de tumbarlo, si solo se saliera del presidente, se cerrara el Congreso o se removieran los jueces, quedaría trunco en caso de no ir hasta el fondo de la regeneración que planteaba. Probablemente, se necesitaba eso y mucho más, decía en sus conferencias. Para lo cual, ciertamente, lo que correspondía no eran las vías de hecho, como vilmente han pretendido endilgarle. Nada de eso. Se trataba de una convocatoria a la opinión, para que liberales, conservadores, minorías y sin partido, adoptaran “como propósito colectivo un acuerdo sobre lo fundamental”, cuyos puntos señalaba y sobre el cual “nos vamos a dedicar a patrocinar a quienes tomen la iniciativa”. De manera que no había ningún objeto personalista en ello.
Por su parte, cuando las balas anónimas segaron la vida de Álvaro Gómez, las Farc venían desdoblando su estrategia hacia la guerra de posiciones, vista la flagrante debilidad gubernamental y la confusión y desamparo estatal de la fuerza pública. Esta guerrilla había desestimado, por demás, cualquier diálogo con el desfalleciente gobierno de turno y se dedicó a la acumulación de fuerza y a producir golpes certeros a las Fuerzas Armadas en el campo hasta producir la sensación de Estado fallido. En esas condiciones favorables, no está claro por qué las Farc iban a cambiar intempestivamente de los objetivos rurales a los urbanos, menos con estos bastante lejanos entonces a sus procedimientos de terror.
Decimos todo lo anterior a raíz de que la exsenadora Piedad Córdoba ha dejado entrever que está segura y que tiene las pruebas de que las Farc asesinaron a Álvaro Gómez. Y que por esa situación sus escoltas habrían sufrido un atentado en estos días. Será, claro está, la Fiscalía la que de oficio pueda indagar el asunto, y terminar constatando, como dice la familia del líder inmolado, que es una hipótesis infame.