Dos años después de dejar la política institucional, Manuela Carmena (Madrid, 1944) hace balance de su paso por la alcaldía de Madrid sin evitar ningún aspecto espinoso: los enemigos internos de la democracia, la brutalización del debate, Madrid Central y su infructuoso intento de acabar con la «vieja política». Carmena acaba de publicar ‘La joven política. Un alegato por la tolerancia y crítico con los partidos‘ (Península), donde ejemplifica el juego político como una particular contienda que cuenta con sus propias armas, bandos, y campos de batalla. En este choque, la conquista del poder (o el mantenimiento en el mismo) se torna como lo único por lo que luchar.
Considera que la experiencia de la Alcaldía en el Ayuntamiento de Madrid fue «un trabajo más», pero ¿quién era Manuela Carmena antes de entrar en Cibeles y quién es años después de dejar el Consistorio?
Soy la misma, pero con una experiencia en la política práctica que me ha enriquecido mucho, porque me ha permitido observar cómo funciona la política. Esto, a su vez, me ha preocupado en la medida en la que pienso que de alguna manera, la forma en que se lleva a cabo el juego entre el ejecutivo y la oposición hace que la gestión política sea enormemente difícil de hacer, y eso es importante saberlo e intentar evitarlo. Con ello no solo agrandamos la distancia entre el ciudadano y sus representantes, sino que el proyecto político deja de tener la eficacia que debería.
También habla de «enemigos». Es decir, de aquellos que, en sus propias palabras, «pretenden desactivar la democracia precisando de nuevo, como ya pasó en siglos anteriores, de la creación de enemigos interiores». ¿Quiénes pretenden desactivar la democracia y quiénes serían esos enemigos interiores?
Creo que el enemigo interior, ahora mismo, es la propia estructura de la política, en la que unos se han constituido como enemigos del otro. En lugar de conseguir que la democracia prospere nos hemos constituido en unidades antidemocráticas al no respetar al otro y solo buscar conseguir el poder o mantenernos en él. Nos definimos por la oposición al contrario: eso es lo que determina a los enemigos de la democracia.
«Nos hemos constituido en unidades antidemocráticas al no respetar al otro y solo buscar conseguir el poder o mantenernos en él»
El enrarecimiento del debate puede ser una consecuencia de la polarización política. El 15% de los españoles se situaba en posiciones extremas a finales de 2019, duplicando el porcentaje de aquellos que se definían de esa forma hace una década. ¿Qué ha alimentado esa «brutalización» de la política?
En mi opinión, esto se debe a que hemos utilizado de manera errónea los instrumentos propios de la democracia y no la hemos cuidado. Insisto mucho en esta idea de cuidar la democracia porque es un sistema del que estoy enamorada. Fui de esas personas que la trajimos a España, y es el elemento más importante que tenemos, hoy por hoy, para generar el máximo de igualdad posible entre la ciudadanía. Esa necesidad de mantener la democracia y cuidarla es lo que me hace estar preocupada. De todas formas, esa polarización es bastante artificial. Aunque la recojan las encuestas, yo no la veo en la sociedad del día a día, ni en los medios de comunicación, ni en los comercios. No encuentro esa actitud de confrontación y agresividad entre los ciudadanos.
El feminismo y el ecologismo, aunque existan desde hace décadas, son los dos grandes movimientos en los que, actualmente, se organiza la sociedad civil de forma mayoritaria ¿Por qué cree que han resurgido hoy estas demandas?
Creo que el feminismo no ha resurgido, sino que ha sido un movimiento victorioso al afirmarse en las instituciones que generan influencia en la sociedad. Además, es un movimiento que no ha utilizado ni la estructura de los partidos políticos ni la violencia. Todo lo que ha conseguido ha sido a través de estructuras que en ocasiones despreciamos, como la transversalidad. Respecto al ecologismo, considero que es algo que está naciendo: aunque lleve tiempo como movimiento social, es relativamente reciente. Es probable que este movimiento siga la misma línea que tenía el feminismo, y también es posible que posean algunos elementos comunes. Aún así, todavía hay una gran distancia entre el despertar del feminismo con el ecologismo. Ahora es cuando empezamos a vivir realmente lo que es el movimiento ecologista.
Sin embargo, la aplicación de Madrid Central ordenada en su mandato levantó importantes asperezas entre los ciudadanos madrileños. ¿Cree que fue eso en particular lo que le hizo perder la Alcaldía frente a Almeida?
Sí, influyó, porque lo que Almeida planteaba era acabar rotundamente con esa operación que ideamos para terminar con los gases de efecto invernadero y esa serie de aspectos. Es una de las experiencias que demuestra hasta qué punto un discurso electoral puede ser falso: después se vio que era imposible dar un paso radical hacia atrás, y aunque lo hayan tratado con menos cariño y entusiasmo que nosotros, el Gobierno municipal actual ha tenido que aceptar que lo correcto es limitar el tráfico por el centro de la ciudad.
«Todo lo que ha conseguido el feminismo ha sido a través de estructuras que en ocasiones despreciamos, como la transversalidad»
Madrid 360 fue la alternativa que terminó imponiéndose a Madrid Central, incluso tras una larga lucha en los tribunales. ¿Qué piensa de esta medida?
No la conozco de forma detallada, pero por lo que me dicen personas del Ayuntamiento, se parece mucho a Madrid Central. Han incluido algunos cambios que nosotros no quisimos hacer, como permitir a los dueños de los comercios acceder con sus vehículos. Nosotros, entonces, tendríamos que haber permitido dejar pasar a todos los trabajadores que desempeñan su labor en el centro; lo veíamos como una discriminación. Por tanto, ha habido una cesión por parte del Ayuntamiento que repercute negativamente en su propuesta, ya que no puede dar el mismo resultado que el planteamiento de Madrid Central. Es algo que se ve en la Gran Vía, donde limitamos mucho el tráfico y ahora son habituales los atascos. Aunque, insisto: no he estudiado la medida.
Usted prometió encabezar un movimiento para acabar con la «vieja política». ¿Qué lo frenó?
No logramos que aquello cuajara porque, tras buscar los fondos de financiación, no logramos encontrarlos. Había interés, pero faltaron esas fuentes de financiación.
¿A quién pidieron apoyo económico?
A las personas que pensábamos que podían ofrecer un patrimonio fácil y que, a su vez, no hipotecaran al movimiento. Nos movimos en esa ambigüedad, pero no terminamos de encontrar el punto correcto.
Reconoció en una reciente entrevista que se equivocó porque le parecía «que era imprescindible una plataforma, no una candidatura que fuera un álbum de cromos de partidos políticos», en referencia a su unión con Íñigo Errejón en la creación de Más Madrid. ¿Cree que Más País puede ser ahora un revulsivo a nivel estatal o, más bien, se ha estancado?
Yo creo que se ha consolidado como un partido más, y siendo así es difícil que pueda ser un elemento de renovación de la estructura política de España. Esa es la impresión que tengo, pero debería haberlo tenido mucho más claro cuando constituí la alternativa electoral de 2019. Mi gran error fue habernos presentado con un partido –aunque fuera uno instrumental– y no una agrupación de electores, que es lo que más relación tenía con la idea de la plataforma que impulsamos. Obviamos eso y nos creó grandes problemas, porque desde fuera se entendió como la creación de un nuevo partido político.
Cuando llegó al Consistorio, una parte del activismo se institucionalizó. Así ha ocurrido con la entrada de Serigne Mbayé en la Asamblea de Madrid como diputado de Unidas Podemos. ¿Considera que la política está dejando de ser tan elitista como antes?
Yo creo que no, que es igual. En política siempre ha habido representantes de los movimientos sociales.
«A veces pienso que debí ser más ejecutiva, se nos fue demasiado el tiempo de las manos»
A nivel general, y como balance de esos cuatro años, ¿hay alguna decisión que ahora tomaría de otra forma?
Aceleraría todos los procedimientos. A veces pienso que debí ser más ejecutiva, se nos fue demasiado el tiempo de las manos. Por ejemplo, la construcción de las viviendas que teníamos en marcha, más de 2.000: no fuimos capaces de acabarlas, aunque ahora las vayan a terminar. Parece imposible que para levantar esas viviendas hagan falta más de cuatro años. De todos modos, la oposición ponía infinidad de dificultades. Fue muy complejo: nosotros no teníamos la mayoría necesaria y estábamos obligados a contar con el grupo socialista, que a veces eran muy leales y otras no lo eran tanto. Lo mismo ha pasado con el Museo de la Duquesa de Osuna. Cuando terminé mi mandato estaba a punto de acabarse, le faltaban unos meses, y al final resulta que todo aquello continúa empantanado; no sé si se hará como habíamos pensado. Ya estaba nombrada la directora y los fondos estaban preparados, pero tampoco fui capaz de hacerlo en cuatro años. No puede ser que la política tarde tanto.
En el libro afirma que hacer leyes es el gran premio de los gobernantes. ¿Qué medida propiciada por su Gobierno recuerda con mayor orgullo?
Creo que lo más importante fue generar proyectos que indicaban una manera distinta de gobernar, como la creación del primer observatorio ciudadano por sorteo. Fue un procedimiento maravilloso, y aunque nos pilló al final de la legislatura y no tuvo demasiado recorrido, sí me pareció interesantísimo el hecho de incorporar a los ciudadanos mediante sorteo para que enjuiciaran las políticas municipales y sugirieran alternativas. También intentamos crear un campus asociativo. Para mí es muy importante la colaboración público-social, pero eso exige que cada vez haya una mayor formación por parte de la ciudadanía, no solo en cuanto a expresión de deseos, sino como co-gestión municipal. Lo proyectamos de tal forma que tuviera una trascendencia importantísima, incluso teníamos diseñado el edificio y habíamos avanzado contactos con las universidades, pero tampoco nos dio tiempo, y ahora no existe nada de eso. También recuerdo el proyecto de la radio municipal, un medio por el que es mucho más fácil llegar a la veracidad porque te permite escuchar manifestaciones que no vienen filtradas por determinados titulares de la prensa. Fue un proyecto que dejamos constituido, pero también ha desaparecido. Si lo hubiéramos vinculado más a la propia sociedad madrileña, hubiera sido más difícil que acabara destrozado.
¿Hubo alguna ley que intentara aprobar y finalmente no pudo?
Nosotros no pudimos, entre otras cosas, aprobar una ordenanza sobre las terrazas nuevas. Lo quisimos hacer muy bien, con un proceso de participación ciudadana, pero no llegamos a tiempo. Más que frenar las nuevas terrazas de los bares y restaurantes, queríamos ordenarlas de forma racional, crear un sentimiento colectivo de cómo establecer las terrazas para evitar que generaran molestias al vecindario.
«Fue un error cerrar los servicios sociales en un momento tan crucial»
En cuanto a la actualidad, es inevitable hablar sobre la pandemia. Las ciudades han gestionado esta crisis de forma muy dispar, pero ¿cómo cree que lo ha hecho la capital?
Es necesario hacer una evaluación en profundidad. En el libro menciono el error que fue cerrar los servicios sociales en un momento tan crucial. Hubo algunos fracasos muy importantes relativos a todas las personas que éramos más vulnerables porque podíamos sufrir las consecuencias de esta enfermedad, para la cual no estábamos preparados. La ciudad no ha enfocado bien lo que significa la salud de los mayores, y eso pone en evidencia la necesidad de tener otra concepción de los trabajos sociales. La verdad es que no sé cómo ha ido en otras ciudades. Cuando terminemos de librarnos de la pandemia por completo deberíamos hacer un dosier completo con lo que ha pasado en todas las ciudades de España: un documento que recogiera cómo afrontamos la crisis sanitaria, en qué nos equivocamos y cómo debemos prepararnos para una nueva.
Una de las últimas controversias que se ha dado en el Ayuntamiento que lideró es la negativa por parte de Ciudadanos, PP y Vox de nombrar a Almudena Grandes hija predilecta de Madrid, pese a la gran relación entre la ciudad y las obras de la escritora. ¿Qué lectura hace de esta polémica?
Ejemplifica la mala situación de la calidad democrática, entendida esta como lo que he explicado antes: el respeto al otro y al diferente. Me parece imposible que haya tan poco amor de ciudad que cuando destaca alguien como Almudena Grandes no sea reivindicada por todas las voces del Consistorio. Eso indica que en la calidad democrática hay falta de patriotismo ciudadano simplemente al no querer elogiar a alguien por tener una ideología diferente a la tuya: es la antidemocracia y el antipatriotismo.
Advierte en su obra que siempre defendió con entusiasmo el ejercicio del periodismo como algo «imprescindible para que haya una verdadera libertad de expresión». También menciona, sin embargo, que otra cosa es lo que aprendió en esos cuatro años, así como lo que ahora sabe. ¿A qué se refiere exactamente?
Me refiero a que, en la contienda política, se libra una especie de guerra entre esos enemigos interiores que hemos diseñado a nuestro gusto para poder identificarnos. Como no teníamos seña de identidad, lo hacemos de forma contraria al otro. En este sentido, el periodismo se ha convertido en una corresponsalía de guerra: cada uno está con los suyos y utiliza las armas propias que generan.
Por: Guillermo Martínez – ethic