Por: Carlos Ballesteros La República
En cada rincón del mundo bien sea ciudad o pueblo; comunismo o capitalismo; con paz o en guerra; país desarrollado o en vías de serlo, siempre la desigualdad se puede percibir en mayor o menor grado. Factores como la corrupción y la falta de educación ayudan a marcar la diferencia, mas no la crean.
¿Cuál será entonces la razón para que este fenómeno coexista y crezca en cualquier ambiente?
Si se trata de un país demócrata, rico o en vías de avanzada arropado por el capitalismo, el argumento es que los empresarios explotan a los empleados y que por ese motivo se genera la desigualdad.
Por el contrario, si el Estado es comunista, como en Cuba o via de este como en Venezuela, en donde la empresa privada prácticamente no existe, el hambre y la falta de necesidades básicas son el ambiente propicio para crear desiguales o mayores diferencias entre el rico y el pobre.
Considero que pocas veces se ha analizado en detalle que las grandes fortunas se generaron de la escasez y no de la abundancia. ¿Será porque el término de riqueza se mide solo en lo monetario, más no en la abundancia del deseo, la pasión y la actitud? La necesidad es la madre de la creatividad; es la que te separa de la zona de confort en busca de conquistar al mundo.
Hay personas tan pobres que solo tienen dinero y existen personas muy ricas, millonarias en generosidad, alegría y amor que viven más felices con mucho menos. Hay que redefinir ambos términos para entender la verdadera desigualdad.
En el mundo, millones de niños nacen a diario y el proceso de parto es muy similar. Pocos llegan supuestamente con privilegios que realmente no generarían desigualdad, porque pareciera que el hambre, la panela en lugar de leche, los pies descalzos en vez de zapatos y las barrigas al sol empujaran a muchos de estos seres a superarse y ser líderes en sus ambientes.
Extrañamente las personas que se levantan temprano a trabajar y lo hacen desde su juventud comienzan a generar diferencia, porque mientras laboran, otros duermen, y el liderazgo florece. Más raro aún es que personas con actitud amable y abierta trabajen sin pena y con humildad en lo que sea, no con visión de corto plazo, sino viendo que hay que subir cada día un escalón más. Ahí es que se comienzan a generar no milímetros sino centímetros de distancia propiciando mayor desigualdad.
Luego aparece en estas personas el espíritu del trabajo arduo, acompañado de disciplina, tesón, honradez y responsabilidad, dejando no centímetros sino decímetros más de distancia, resultando más diferencia entre los que hacen y los que no.
Aparecen, entonces, los nuevos empresarios, nacidos como comerciantes. Del pequeño taller surgen decenas de empleos, del garaje de confecciones salen centenas de prendas y de la pequeña panadería se despachan miles de panes. Comienzan entonces a sentir el peso de una empresa, apretando tuercas para lograr mayor eficiencia y es ahí cuando el comerciante se vuelve “malo” porque, paradójicamente, pasa a ser empresario produciendo más empleo y mayor desigualdad con metros de distancia.
En esta cadena de producción aparecen entonces muchos problemas con el crecimiento del movimiento de la registradora. Los inventarios tienen obsolescencia, la cartera se vuelve de dudoso recaudo, la logística es un caos, los bancos aprietan y el Estado, el mayor socio, no perdona la más mínima mora. En este punto muchos vuelven a ser comerciantes y otros perseveran con gratitud. Se cansan, aprenden a descansar, pero no a renunciar y es aquí cuando se generan kilómetros de distancia.
El siguiente nivel es la consolidación del empresario, que después de ahorrar cada peso, sacrificar el tiempo en familia y trabajar sin cesar por muchos años, apoyado en el talento y la creatividad debe robustecer la estructura de la empresa para poder competir con otras de alto nivel. Muchos lo hacen tarde y otros continúan moliendo, como si fuera su primer día de arduo trabajo, aportando más a la pobre desigualdad.
Ya viejo, el empresario continúa generando aún más diferencia porque no quiere abandonar lo que construyó con tanta pasión y amor. No existe la pereza, proyectando y brindando ejemplo, para que su descendencia continúe con el legado empresarial mal visto al promover mayor desigualdad y millas de distancia.
Muchos nacieron con menos oportunidades que otros, supuestamente con gran desventaja y eso no hizo la diferencia. Lo que realmente pasó, es que los batalladores forjaron el destino sobre una roca con disciplina y persistencia; tomando riesgos y levantándose después de cada tropiezo sin envidia y preocupados por buscar dentro de sí la razón del fracaso en lugar de responsabilizar a los demás de su destino o la falta de oportunidades.
Al final de la tarea muchos dirán: “fue una persona con suerte”. Un término que no puede ser más equivocado. Yo redefiniría la suerte como el resultado de un trabajo por muchos años demoledor, incansable pero a su vez lleno de actos generosos, dejando huella por sus buenas acciones acompañadas de disciplina y carácter, porque nadie forja una empresa aplaudiendo y siendo cómplice del error, la ineficiencia, la excusa, la falta de ética, moral y compromiso.
A la hora del balance final, la vida es la sumatoria de nuestros buenos actos y, si el resultado es negativo, el fracaso estará presente y no desaparecerá mientras busques la culpa en los demás en lugar de analizar qué actos propios hicieron negativa la operación.
Y no se crea que el cómputo general es solo monetario, porque la riqueza es apabullada por la prosperidad que mide la abundancia y el equilibrio entre tener y compartir. Está también cuantificado por el tiempo que regalamos a nuestras familias; en la bondad secreta de los corazones, porque la caridad únicamente se practica; en el nivel de la gratitud, por el acto de simplemente existir; viviendo en plenitud sin compararnos con nadie. Ahí está el secreto para entender que la desigualdad es un concepto más individual que colectivo y que se siembra erróneamente en cada alma, siendo más subjetiva que objetiva.
Las pequeñas oportunidades no existen, por el contrario, todas son grandes. Lo que hay son mentes ciegas, pobres de espíritu y sin paciencia; incapaces de sembrar. Una clave en este proceso formativo es saber aguantar las tormentas y esperar para recolectar los frutos. Es fundamental aprender a entender que en la vida nada llega sin razón, que en cada tropiezo existe una oportunidad, la diferencia está en que muchos maldicen el porqué, en lugar de busca el para qué y encontrar una oportunidad en la que los demás ven un problema. El éxito, que es promotor de la desigualdad, necesita personas con valor, que asuman riesgos y que interpreten con sabiduría lo que muchos piensan que no tiene sentido.
Muchos seres piensan ególatramente que son los mejores. En ocasiones su nivel es tan ciego que no alcanzan a ver y entender que no se trata de ser el “más” sino de hacer lo mejor cada día, en lugar de gritarle al mundo que eres muy bueno, porque finalmente no percibirán tu valor. El éxito es de los que actúan y para esto no se necesita un nivel superior, se requiere más actitud que intelecto, porque este último evoluciona, se adquiere y la primera, en cambio, se nace con ella. Los más brillantes en la universidad no son necesariamente los que manejan el mundo.
La desigualdad se genera porque cada ser humano moldea su futuro con sus acciones. Cada día, a punta de pincel, vamos dibujando nuestra pintura. Unos lo hacen mejor y otros más rápido porque tienen pasión por lo que hacen y perseveran ante cualquier error.
Por eso es tan importante, comprender que se nace con el ser, en el hoy, pero debemos afrontar el querer ser en el mañana, con nuestros actos, acompañados de mucha fe y esfuerzos. Nada viene gratis, saber marcar la diferencia es ir con cada paso a más, creando desafortunadamente más desigualdad. Todo, en suma, es el resultado de nuestras acciones.