Qué ha pasado en la cumbre climática de Glasgow, Escocia

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El Espectador le explica. Equilibrio. En esa palabra, su peso y significado, se podría resumir el objetivo, en el trasfondo, de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2021 (COP26), en Glasgow, Escocia. 

La temperatura global sigue subiendo, no paramos de usar los combustibles fósiles como fuente energética de nuestro desarrollo industrial, arrojamos cada vez más CO2 a la atmósfera y vemos que la deforestación no se detiene. Nada lejos, aquí en el Amazonas lo hemos denunciado.

Vimos pasar el Protocolo de Kioto, también el Acuerdo de París, hemos leído recientes informes mundiales que nos evidencian las consecuencias del cambio en el clima con los incendios que acabaron con bosques completos, de lluvias torrenciales con granizo en zonas tropicales, de ciudades que poco a poco se van hundiendo; pero seguimos sin lograr ese equilibrio cuando ya tenemos una amenaza bastante diciente y clara: debemos lograr que el aumento de la temperatura global no sea mayor a 1,5° C para finales de siglo, de lo contrario las consecuencias serán mucho peores de lo que ya estamos viviendo. Sobre este escenario, sin más rodeos, llegamos a una esperada conferencia tras, para sumar, una pandemia que no ha terminado.

Por eso el tema de este boletín es la cumbre climática, mirando un poco por el espejo retrovisor, para tratar de entender cómo fuimos llegando a este 2021. Comencemos.​​​​​​​ La Cumbre de la Tierra en Estocolmo, en 1972, marcó un inicio en la evidencia científica del cambio climático. Hay registros sobre acuerdos de Montreal y para el miércoles 3 de diciembre de 1997, en el editorial de El Espectador, hablamos de la cumbre de Kioto. 150 países llegaban a esa ciudad japonesa, supuestamente, interesados en reducir sus emisiones de CO2. Se hablaba del llamado, en 1990, de más de tres mil climatólogos para que los estados tomaran decisiones y no esperaran más. Incluso se hizo referencia a la discusión que cinco años antes se había tenido en Río de Janeiro en la misma línea, pero que carecía de poder vinculante.

El resumen, sin dar cuentas políticas y más bien con realidad económica, estaba por el lado de que los grandes productores de petróleo miraron la cumbre por encima del hombro y los países del llamado primer mundo no dieron su brazo a torcer en sus intereses lucrativos de la industrialización.​​​​​​​ Justo diez años después hicimos un balance: “Estados Unidos, la Unión Europea, Japón y Canadá aceptaron, en un principio, reducir sus emanaciones -de seis tipos de gases- en porcentajes que van del ocho al seis por ciento. EEUU se apartó de Kioto posteriormente”.  Para “el 16 de febrero de 2005 el Protocolo de Kioto entró en vigor y adoptó valor jurídico para los estados que lo han ratificado. Se hizo efectivo con la ausencia de países contaminantes como Estados Unidos y Australia. Sin embargo, a finales de 2005, en la XI Conferencia de la ONU celebrada en Montreal, la primera desde la entrada en vigor del tratado, países no adheridos a Kioto, como EEUU, aceptaron ‘involucrarse’ con la comunidad internacional en la lucha contra el cambio climático”.

El problema de fondo, además, era que China e India incluso ratificando el tratado y siendo los países más contaminantes del mundo, no estaban obligados a recortar sus emisiones.​​​​​​​A finales de 2010 las noticias llegaban desde Cancún, en la también conferencia climática. Entre las peticiones de los países en desarrollo aparecían exigencias y más compromisos de las grandes potencias, también estaban los que consideraban que el Protocolo de Kioto debía tener continuidad o, por lo menos, una versión modificada; vimos a los que creían que era necesario redactar un nuevo documento y firmarlo bajo el titular de Acuerdo de Cancún, por supuesto. Un ala más radical, realista y menos positiva hizo el balance de lo alcanzado: el protocolo era considerado “irrelevante en cuanto a impacto debido a que las emisiones han seguido subiendo”. Un año después Canadá sentenció su postura: El Protocolo de Kioto, en vigor desde 2005 y que obligaba a 37 países industrializados a recortar sus emisiones de gases de efecto invernadero, “no es la solución”. ¿Por qué? Porque solo cubría el 30% de las emisiones globales.

En el fondo, porque toda esta discusión siempre ha tenido un fondo, es un tema de competencia económica. Países como “EEUU, Canadá, Japón y Rusia son reacios a un acuerdo vinculante sobre el recorte de emisiones sin el compromiso de otras potencias emergentes (China, India y Brasil), que son sus competidores comerciales”, afirmaba la agencia EFE.  

Así que Canadá terminó retirándose del Protocolo de Kioto a final de 2011. ​​​​​​​El turno era para Paris, a la capital francesa llegaban negociadores de 192 países para intentar, una vez más, sellar un acuerdo efectivo y evitar, en ese momento, un aumento de más de 2 °C en la temperatura del planeta. 

¿Qué compromisos asumía Colombia? ¿Cuál era la contribución a la que se comprometía nuestro país? El gobierno Santos habló de reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero en 20%  con respecto a las emisiones proyectadas para el año 2030. La buena nueva, por fin, fue que el 12 de diciembre de 2015, “casi la totalidad del planeta se había puesto de acuerdo y se comprometía a limitar el aumento de la temperatura en la Tierra”.​​​​​​​

Se propuso el 2020 como el año en el que no solo se haría un balance de las acciones de todos los firmantes sino que se expondrían los nuevos retos y metas, pero justo a finales de 2019 todo nos cambió, llegó el nuevo coronavirus y la dirección de los recursos del mundo cambió, como debía ser, de prioridad. Entonces hicimos un balance, para finales del 2020, de los cinco años del Acuerdo de Paris, lo que se había cumplido y lo que estaba pendiente, además de los nuevos compromisos que asumió Colombia, ya en el gobierno Duque: La pandemia, lo vimos todos, hizo que miles de fábricas detuvieran sus operaciones en todo el mundo, incluso registramos una baja en los niveles de contaminación en ciudades industrializadas y hasta publicamos fotos de animales caminando en zonas pobladas donde no se tenía registro de ello. Así que el 3 de junio del 2021, ya con la pandemia bajo control, volvimos a tocar la puerta de analistas para volver sobre las otras realidades que se opacaron.  Hablamos con María Alejandra Aguilar, coordinadora de justicia climática de la ONG, Ambiente y Sociedad, para que nos detallara en qué estaban los compromisos climáticos de Colombia. Fue clara: hay que trabajar en el empoderamiento climático y la priorización de acceso a información, como lo determinó el Acuerdo de Paris. 

Nos recordó la importancia de temas como derechos humanos, participación de jóvenes, de comunidades indígenas, campesinas y afrodescendientes, también asuntos como la deforestación y, de nuevo, la tarea de reducción de emisión de gases efecto invernadero a 2030. No había que olvidar una lamentable realidad: que Colombia es el país más inseguro para defender el ambiente. ​​​​​​​Llegamos a la previa de esta cumbre en Glasgow, en Escocia, sobre la que María Mónica Monsalve, enviada especial de El Espectador, escribió varios textos como este de “Las cartas que jugará Colombia en la cumbre de cambio climático”: financiación, adaptación y regulación de los mercados de carbono, los temas claves.

Entre líneas, la apuesta más visible y general es la Estrategia Climática de Largo Plazo, que pretende que seamos carbono neutro para 2050. En otras palabras: “que por cada unidad de carbono que se emita en el país exista algún proyecto paralelo que capture lo equivalente. Un futuro que, si el Gobierno quiere lograr, también implica llevar a cero la deforestación para ese mismo año”.

Representantes de más de 190 países llegaron a Escocia para “intentar establecer nuevas reglas que impidan un aumento de la temperatura global mayor a 1,5 °C para finales de siglo, pues el camino actual nos conducirá a los 2,7 °C y pondrá en riesgo nuestro futuro”.
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