TELETRABAJO Y TELEAMOR

0
303

Por: Víctor Lapuente – ethic

En este asunto, como en otros, nuestro continente se divide en dos: una Europa regula el teletrabajo; la otra, teletrabaja. En unos países, como el nuestro, se discute sobre los euros de la factura de la luz o las patas de la mesa o de la silla ergonónima que el empleador debe pagar al empleado por teletrabajar. Y en otros, como en el norte de Europa, se da flexibilidad para trabajar desde casa, pero se entiende que la responsabilidad de los gastos recae en el trabajador que, libre y voluntariamente, decide acogerse a esa modalidad, ahorrándose tiempo y dinero en el transporte y aumentando su calidad de vida. Esta mayor elasticidad de las normas hace que el teletrabajo surja de forma espontánea, mientras en España cuesta mucho teletrabajar pero, cuando se consolida, como en el caso de muchos funcionarios, es casi imposible revertirlo, incluso cuando las circunstancias demandan una vuelta a la presencialidad.

El teletrabajo no es baladí, y no importa solo el trabajo hecho, «se haga donde se haga». Por el contrario, el teletrabajo o la presencialidad definen la naturaleza de las relaciones laborales como la distancia o la cercanía la de las relaciones afectivas entre amigos, amantes o familiares. Es un elemento troncal y, precisamente por eso, las regulaciones pueden ser contraproducentes.

Se dice que el teletrabajo resta calor humano a una organización, pero a menudo sucede lo opuesto: la distancia da más peso a las emociones. Como en las relaciones amorosas a distancia, los kilómetros entre las personas magnifican las emociones. Los pequeños malentendidos, que a un metro de distancia durarían unos segundos, lo que cuesta mirarnos a los ojos e inclinar la cabeza, se convierten en crisis estructurales cuando las personas se encuentran a cientos o miles de kilómetros. 

El peso de los sentimientos entre dos personas es directamente proporcional a su distancia física. Con lo que el teletrabajo exagera lo bueno y lo malo. Por un lado, la distancia física aumenta la felicidad y la fidelidad. Una persona que teletrabaja es más feliz y menos propensa a dejar su puesto de trabajo que otra que acude a la oficina. Por el otro, la distancia acelera las dinámicas tóxicas. Desde casa trabajamos unas dos horas más al día que en la oficina –sobre todo los hombres, pues en las mujeres siguen recayendo la mayoría de tareas y cuidados del hogar y, por tanto, se exceden menos–. En consecuencia, los teletrabajadores también se queman más que quienes trabajan presencialmente.

«El peso de los sentimientos entre dos personas es directamente proporcional a su distancia, con lo que el teletrabajo exagera lo bueno y lo malo»

El teletrabajo, como el teleamor, engaña. Al principio, parece que es más rentable. Los primeros estudios que salieron, en medio de la pandemia, sobre la productividad del teletrabajo, fueron ingenuamente optimistas. Según The Economist, la mayoría de las personas teletrabajando consideraban que eran tan o más productivas en casa como en la oficina. Las actividades que podían ser sometidas a métricas, como el número de llamadas procesadas por un servicio de atención al cliente, parecían ser más eficientes en casa que en la oficina. 

Sin embargo, poco a poco, esa idea de la superioridad del teletrabajo se ha ido desvaneciendo. Y la mejor prueba es que la mayoría de empresas intentan estos días que sus trabajadores vuelvan a los despachos. Las grandes tecnológicas, como Apple, Google o Meta, entre otras, están empezando a obligar a sus trabajadores a estar, como mínimo, tres días a la semana en sus oficinas. ¿Por qué? Pues porque en casa dilapidamos el tiempo. Algunas empresas se han encontrado con el desagradable resultado de que, a pesar de aumentar las horas de trabajo hasta en un 30% cuando los empleados están en sus domicilios, el trabajo resultante es exactamente el mismo.

En el teletrabajo, como en el teleamor, perdemos algo. No es el tiempo dedicado a la tarea, que como hemos visto, puede ser incluso mayor. Simplemente, nos volvemos menos productivos por la ausencia de comunicación no deseada o no planificada con los colegas o con la pareja. Un estudio a empleados de la Reserva Federal de EEUU encontró que quienes teletrabajaban echaban de menos a camaradas a los que recurrir cuando hay problemas. Y no solo los colegas de la oficina están para resolver problemas imprevistos, sino para estimular las dinámicas imprevistas: las interacciones que llevan a la creatividad. 

Piensa en las mejores ideas profesionales que has tenido. ¿Han llegado cuando estabas en soledad? Muy probablemente, surgieron de encuentros casuales con otras personas, cuando estabais hablando de asuntos de trabajo o de otros temas. Cuando hace unos años se habló de que los científicos con ideas más brillantes solían tomar más café que el resto, el primer mecanismo que se exploró fue el efecto de la cafeína. Pero, para pesar de quienes amamos esta amarga bebida, ese no era el factor que explicaba la mayor innovación. Lo que hacía que las personas que tomaban más cafés fueran más creativas era que pasaban más rato, taza en mano, hablando con sus colegas. De otros temas. De cualquier tema. Como las relaciones amorosas que funcionan bien. 

¿Debemos abandonar el teletrabajo y el teleamor? Seguramente, no. El equilibrio sano, tanto en las relaciones laborales como en las románticas, parece estar en los sistemas híbridos: ni todos los días juntos, ni todos separados.    

Cuadro de comentarios de Facebook