Por: María Isabel Rueda
Aquí expresé susto en su oportunidad sobre elegir a Claudia López alcaldesa, con el argumento de que no la conocía.
Ahí no ponía en duda lo que ha sido y será: una persona comprometida hasta la sangre que corre por sus venas para cumplir, ahora con una de las más grandes responsabilidades del país, Bogotá. Es estudiosa como nadie. No descansa un minuto. Es una comunicadora extraordinaria (*). Más adelante explico los asteriscos. Se ha rodeado de un buen equipo (*). Quiere realmente el bienestar de los bogotanos (*). Pretende, como todos, el menor número de muertos de esta pandemia. Le da pánico, como a mí, tú, él, nosotros, vosotros y ellos, que el esfuerzo de acuartelamiento se rompa por una apertura de la ciudad que, según sus palabras, “sea loca”, cuando más bien diría que el esfuerzo del Gobierno va más por la línea de una apertura tímida. Lo cual es el debate del mundo mundial, no un invento de la alcaldesa de Bogotá.
En esa parte de Claudia que desconozco, no se sabe hasta dónde es capaz de que el populismo la aconseje mal en estas horas aciagas. Y caiga en la tentación de acorazarse tras un lenguaje demagógico e incontrovertible por su efectismo, donde se adivine que aquí no hay solo una pandemia, sino que la acompaña, montada sobre ella, una campaña presidencial en desarrollo.
Esta semana se desataron mis primeros grandes temores. Una angustia suya absolutamente entendible acerca de un pico del contagio en Bogotá la paseó, no solo por una actitud confrontacional contra el presidente Duque, con mensajes apocalípticos como que el aeropuerto El Dorado se volvería a abrir “solo sobre mi cadáver”, cuando eso no estaba contemplado en esta primera etapa. Llegó al borde de desafiar la autoridad presidencial con la salida de los manufactureros a sus trabajos. Que terminó intentando corregir el viernes con una carta de tono moderado al Presidente en la que repite el truco de recoger varias iniciativas discutidas con el Gobierno como suyas propias.
Lo segundo en que resbaló fue en el uso de un lenguaje y unas expresiones francamente repudiables. ¿Qué pensarán los niños colombianos, bien confundidos que deben de estar por un encierro cruel que muchos no logran cabalmente entender, escuchando a su alcaldesa, primera autoridad de la ciudad, decir que no permitirá “que les matemos los papás a los niños de Bogotá?”. ¿Además del coronavirus, cómo explicarles que nadie quiere “matarles” a sus papás, ni el Presidente ni nadie, de ahí para abajo? ¿Los indujeron a creer que solo de la alcaldesa depende que no maten a sus papás? ¿Sería imaginable una expresión de tan rampante populismo, por ejemplo, de alguien a quien usa como su maestro, Antanas Mockus, cuando convencía a la gente de respetar las cebras, o sobre las bondades de la hora zanahoria, o el respeto hacia los demás y hacia las normas de convivencia? Mockus sacaba lo mejor de la gente. No la rabia ni el odio o, como ahora, el pánico. No vería a Mockus manejando esta pandemia con el mensaje a los niños bogotanos de que aquí, alguien trata de asesinar a sus papás. ¿Tendrá esta particular terapia infantil que practica la alcaldesa de Bogotá algún capítulo especial en la OMS, que desconozcamos?
Los asteriscos anteriores se refieren a eso. A Claudia, paso tras paso, se le sale con frecuencia esa parte de su personalidad que no conocemos. Y que es irresponsable, agresiva y ególatra, con ínfulas autocráticas. Ahora le ha dado por hablar en un tono mesiánico de “mis bogotanos”, “mis pobres”, “mis ucis”, “mis camas”, “mis respiradores”. “No me reabren el aeropuerto, no me van a reventar mis clínicas, no me van a colapsar el TransMilenio, con la gente humilde de Bogotá no me juega nadie”. Para que comencemos a aclarar: ni Bogotá ni los bogotanos somos propiedad de Claudia López. A ella la elegimos como nuestra administradora. Y, claro, aparece el lenguaje peronista: la vida de un pobre vale lo mismo que la del Presidente; o: los muertos son gente humilde, no precisamente la que tenía plata para viajar al exterior y traernos el contagio. Nos conviene que Claudia se gane el favor de su gente, por el bien del orden de la ciudad, no solo repartiendo mercados y subsidios con su firma, pero con la plata de todos. (Ojalá no termine reventando una denuncia de hemorragia de contratos y unos nombramientos de trastienda que sus exaliados petristas dicen que favorecen al fajardismo.)
No. Claudia tiene la oportunidad de crecerse como una líder carismática si gobierna con la prudencia que le exige hacer acuerdos ante la diversidad de opiniones en medio de la pandemia.
Esta no puede ser una competencia, a ver si es al Presidente, o a ella, a quien tenemos que agradecerle los vivos, y a cuál le achacamos los muertos.